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Asiste por primera vez al ejercicio de la Congregación de San Felipe Neri para ayudar en la atención de los enfermos del Hospital General. Había dejado (el 28-X-31) el Patronato de Enfermos en el que venía colaborando y trabajando desde 1927. Con la Fundación de la Obra, vio claramente que debía dejar el Patronato: "Estoy convencido de que Dios ya no me quiere en esa obra: allí me aniquilo, me anulo. Esto fisiológicamente: a ese paso, llegaría a enfermar y, desde luego, a ser incapaz de trabajo intelectual", escribía en sus Apuntes refiriéndose a que la atención por todo Madrid de enfermos y pobres le llenaba el día y las noches y casi no descansaba, al mismo tiempo que tenía que trabajar para sostener a su familia.
Dejado el Patronato de Enfermos, pasó a ser el Capellán del Patronato de Santa Isabel -donde el trabajo era exclusivamente de atención de la capellanía-, pero seguía con enormes deseos de continuar atendiendo enfermos. Por medio del sacristán de Santa Isabel se enteró de la Congregación de San Felipe Neri, que se ocupaba de atender a los enfermos del Hospital General (era una hermandad benéfica, no religiosa). Consultó con su confesor y anotó en sus Catalinas: "desde el próximo domingo, comenzaré a ejercitarme en ese hermoso oficio". El trabajo consistía en ir todos los domingos por la tarde a atender a los enfermos. En total eran unos doce los que se dedicaban a esta tarea. En las Constituciones se puntualizaba la manera de atender a los enfermos: "que se hagan las camas a los pobres, que se les laven los pies y corte el pelo, que se les corten las uñas, que -siendo necesario- se mundifiquen los vasos, etc.".
A esta tarea dedicaban toda la tarde del domingo. A esta congregación -no era de religiosos, sino de personas que deseaban atender enfermos-, pertenecían también Luis Gordon, Jenaro Lázaro y Antonio Medialdea y fue en estas visitas donde el Padre los conoció. Con el paso del tiempo, el Padre fue llevando a otros estudiantes que conocía a que le ayudaran. Uno de ellos escribe: "Era un trabajo durísimo y muy desagradecido. El ambiente anticatólico lo invadía todo y muchos enfermos nos insultaban. Nos ocupábamos de arreglarles el cabello, afeitarles, cortarles las uñas, les lavábamos y les limpiábamos las escupideras. Daba un asco horrible. Íbamos los domingos por la tarde y salíamos con náuseas".
San Josemaría, además, procuraba dar atención espiritual a los enfermos. Uno de los que le acompañaba recuerda "la estela espiritual" que dejaba a su paso "levantando el espíritu de los enfermos y moribundos".
También en este hospital fue donde le ocurrió aquella anécdota que contaba. Era un domingo de febrero de 1932 y le avisaron que un moribundo no quería recibir los sacramentos. Y escribió en sus Apuntes Íntimos: "Era un gitano, cosido a puñaladas en una riña. Al momento, accedió a confesarse. No quería soltar mi mano y, como él no podía, quiso que pusiera la mía en su boca para besármela. Su estado era lamentable: echaba excrementos por vía oral. Daba verdadera pena. Con grandes voces dijo que juraba que no robaría más. Me pidió un Santo Cristo. No tenía, y le di un rosario. Se lo puse arrollado a la muñeca y lo besaba, diciendo frases de profundo dolor por lo que ofendió al Señor". Fue hasta el martes que el Padre supo de la muerte de aquel hombre: "Un muchacho ha venido a contarme que el gitano murió con muerte edificantísima, diciendo entre otras frases, al besar el crucifijo del rosario: Mis labios están podridos, para besarte a ti. Y clamaba para que sus hijas vieran y supieran que su padre era bueno. Por eso, sin duda, me dijo: Póngame el rosario, que se vea, que se vea".
El Padre llevó a muchos de los universitarios que iban poniéndose en contacto con él a hacer visitas al hospital: José Romeo, Adolfo Gómez Ruiz, José Manuel Doménech, y otros. No eran gente habituada a faenas de hospital y, al terminar, salían con el estómago revuelto, con olores fétidos persistentes prendidos a la ropa y con la memoria de imágenes repulsivas de pus, llagas y miserias de toda clase. Apenas ponían los pies en la calle, más de uno vomitaba del asco. Las visitas que hacía la congregación eran los domingos por las tardes pero, por anotaciones en sus Apuntes Íntimos parece que el Padre atendía a los enfermos también en otras horas.
En verano de 1932, por los cambios políticos de España, se suspendieron las visitas al hospital, ya que el gobierno deseaba sustituir a todas las congregaciones y hermandades de beneficencia por enfermeras profesionales y personal laico. El Padre pasó miles de horas atendiendo enfermos y moribundos en distintos hospitales. Había atendido a tantas personas en agonía que hasta en el piadoso ejercicio de amortajar cadáveres logró maña y pericia. Pero no hacía ostentación de su persona ni de sus trabajos y, por lo tanto, es difícil saber los hospitales que visitaba.
Uno de los pocos datos sobre este asunto es el testimonio de alguien que le acompañó varias veces, un sacerdote que estudiaba en Madrid: "Fui a varios hospitales: al Hospital General, al Hospital del Niño Jesús, al Hospital de la Princesa, al Hospital del Rey. De esta experiencia escribió el Padre, refiriéndose a los primeros años de la Obra: "Fueron unos años intensos, en los que el Opus Dei crecía para adentro sin darnos cuenta. La fortaleza humana de la Obra han sido los enfermos de los hospitales de Madrid: los más miserables; los que vivían en sus casa, perdida hasta la última esperanza humana; los más ignorantes de aquellas barriadas extremas".
Anónimo. Algunas fechas de la vida de san Josemaría. Inédito.