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25 noviembre 2025

San Josemaría hoy: 1970. Le duele la Iglesia

Aunque es un hombre que nunca se queja y no le gustan los lamentos ni las visiones pesimistas ni crepusculares, el 25 de noviembre de 1970, estando con los directores que integran su Consejo General de la Obra, les dice con un tono que tiene menos de desahogo que de aviso:
-Sufro muchísimo, hijos míos. Estamos viviendo un momento de locura. Las almas, a millones, se sienten confundidas. Hay peligro grande de que, en la práctica, se vacíen de contenido todos los sacramentos -todos, hasta el Bautismo-, y los mismos mandamientos de la Ley de Dios pierdan su sentido en las conciencias.
No se trata de un sufrimiento pasajero. Es una pena que se ha establecido, que ha puesto casa en Escrivá. Tres años más tarde, en febrero de 1973, abre un momento el corazón con sus hijas, directoras de la Asesoría Central, y también rezuma dolor por la misma herida:
-Hijas mías, tengo una gran congoja en el alma, por la Iglesia, por esta Madre buena que está tan maltratada. Los traidores están dentro. Vamos a rezar, vamos a ofrecer las cosas todas por esta Madre nuestra...Y a tener paz.
-Apenas un mes antes, el 24 de enero, durante una reunión de trabajo, interrumpió de pronto para pedirles:
-Rezad por la Iglesia, hijas. La situación es muy grave. Parece como si nuestra Madre estuviera para morir...
Claro que, llegado a ese punto, el hombre esperanzado, pletórico de fe, que hay en Escrivá, tiró del discurso hacia arriba:
-Aunque ya sabéis que la Iglesia no morirá, porque así lo ha prometido el Señor y su palabra es infalible. Pero tengo que deciros que las cosas están muy mal, porque no sería buen Padre, y buen pastor si no os lo dijera... Muchas veces prefiero no haceros sufrir y pasar las penas solo.
Sí, desde los años sesenta, años conciliares, hasta el fin de su vida, ésa será su pena honda de cada día. Cualquier cosa, aunque no tenga nada que ver, se lo recuerda. Así, un día de enero de 1974, después de comer, está en el soggiorno del Fumo con un grupo de hijos suyos. El arquitecto Cesar Ortiz-Echague comenta sus impresiones tras una visita a las obras de Cavabianca. En algún momento dice:
-Hemos podido verlo todo muy bien, porque hace un día buenísimo: parece que estemos en primavera...
Escrivá estaba escuchando el relato pero, al llegar a ese punto, comenta a media voz:
-¡Primavera...! Cada vez que oigo esa palabra, pienso en la primavera de juventud que se está perdiendo para la Iglesia.

Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.