-
En un mundo de saberes técnicos, cada vez más acotados y especializados, donde el homo faber acaba "sabiéndolo todo... de nada", Escrivá detecta muy a tiempo la necesidad de estimular los estudios de humanidades. Y no sólo para salvaguardar el impulso fáustico del "menester es hombre íntegro", sino para evitar reduccionismos que desarman a la persona, privándola de su legítimo derecho a la herencia de la historia, de las artes, de las filosofías, de las letras clásicas, de los trazados del derecho...
Cuando en la década de los sesenta, Europa y Norteamérica son una inmensa acampada beat de liberación de tabúes; o una oceánica "trinchera" de pacifismo adormecido por los sones del soul y las snifadas de LSD; o un gran templo de culto a la juventud teenager, en su atractiva y fugaz momentaneidad...; cuando se consume todo el spray del mundo, pintando en las paredes el grito rebelde de "la imaginación al poder", y los intelectuales se desvanecen en la chaise longue; cuando hacen furor los estupefacientes Althusser, Marcuse y Malthuse..., sin armar ruido, pero afrontando los tiempos, Escrivá de Balaguer, ut gigas y bien dotado para "ver en lo invisible", alza la voz alertando sobre el peor enemigo del hombre, su mayor incuria y su más injusta pobreza: la ignorancia.
Numerosos testigos de sus charlas y tertulias de esos años, tomaron buena nota del ardor y la urgencia con que instaba a "hacer una gran batalla contra la miseria, contra la ignorancia, contra la enfermedad, contra el sufrimiento, contra la más triste de las pobrezas: la soledad", mientras animaba a movilizar los impulsos generosos de la gente joven "en esa gran obra de caridad y de justicia que es procurar que no haya pobres, que no haya analfabetos, que no haya ignorantes".
Consideraba la ignorancia como el gran impedimento de la libertad, la traba que hace esclavo al hombre, por vedarle el acceso a la verdad. Y no dudó en calificarla como "el peor de los crímenes".
Y, en secuencia con este pensamiento: "el mayor enemigo de las almas, de la Iglesia y de Dios, es la ignorancia... que no es patrimonio de una clase social: se encuentra por todos los lados".
La conclusión era práctica: "La Iglesia de Jesucristo no tiene ningún miedo a la verdad científica. Y los hijos de Dios en el Opus Dei tenemos el deber de hacernos presentes en todas las ciencias humanas. Apoyados en la sana doctrina, ¡cuánto bien haremos a las almas! ¡cuánta ignorancia disiparemos!". "Las personas que parecen estar lejos de Dios, lo están sólo aparentemente. Es gente noble y buena... pero ignorante. Incluso sus pecados, son como las blasfemias en la boca de un niño: no se dan cuenta. La gente no es mala. La gente es buena. Yo no conozco gente mala. Conozco, sí, gente ignorante. Por eso no me canso de decir que el Opus Dei no es anti-nada. Hemos de querer mucho a todos: el mal sólo se puede ahogar en abundancia de bien".
Ut gigas... A derecha y a izquierda de los definitivamente solos, de los oprimidos, de los débiles, de los equivocados, de los indefensos, sin excluir a nadie de su abrazo: "Y si me preguntáis si quiero a los comunistas, os diré que ¡también a los comunistas! El comunismo, no: es una herejía llena de herejías, un materialismo brutal que lleva a la tiranía; pero a los comunistas sí, los quiero, porque están muy necesitados".
En un rato de tertulia habla de cierto hebreo masón, de Guatemala, que ha ido a verle a Roma: "Le pregunté ¿por qué tienes ese cariño a la Obra?. Y me contestó: porque en la Obra he encontrado mucha comprensión y todas las puertas abiertas. Yo, entonces, le dije: amigo mío, en mi tierra, todos los masones que he conocido son fanáticos; y tú no eres fanático: por eso nos ayudas, aun no siendo católico, ni cristiano. Después, le prometí que rezaría mucho por él. Y le expliqué por qué quiero tanto a los hebreos: El primero de mis amores es un hebreo, Jesucristo. Y el segundo, una hebrea, su Santísima Madre, María... Le di una medalla de la Virgen. ¡Se quedó feliz, muy contento!".
Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.