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Ut gigas... Se están elaborando los planos para construir el Santuario de Torreciudad. Escrivá sabe que, visto con ojos humanos, es una locura colosal meterse a edificar un templo de dimensiones monumentales, en las estribaciones del Pirineo. Es el desafío a unos tiempos agnósticos, materialistas, de negocios sin alma, donde la obsesión pragmática demanda utilitarismo rentable a cada metro cúbico de hormigón. Pero él ve, con los ojos de la fe, que allí se concentrarán multitudes de peregrinos:
- ¡Poned confesonarios, muchos confesonarios, porque acudirá gente de todo el mundo a desempecatarse!
Y a los arquitectos les da un magnánimo consejo:
- ¡No tengáis miedo al tamaño!
Ut gigas... Y, como hombre anticipativo, prevé la necesidad de comenzar la formación espiritual y humana de los jóvenes desde antes de la adolescencia: cuando todavía son niños. Incentiva la puesta en marcha de colegios y de clubs de bachilleres: "no porque, en esos años, sea más fácil metéroslos en los bolsillos; sino para que ya, a edad temprana, hagan suyos unos principios cristianos con los que después puedan defenderse y comportarse bien en la vida".
Con esa misma visión adelantada, urge la atención profesional, doctrinal y moral de la mujer, en todos los ámbitos: en la universidad, en el hogar, en el campo, en las fábricas... porque los "militantes anticristianos" -especie que existe y muy activa- trabajan con tesón en lograr lo contrario: "y, corrompida la mujer, corrompida la familia y corrompida la sociedad".
Ut gigas... En enero de 1968, recibe en Villa Tévere a la periodista Pilar Salcedo. Le hace unas importantes declaraciones que se publican en la revista española Telva. Escrivá habla ahí del amor humano, del matrimonio, de la familia, de la mujer dentro y fuera de su hogar, de no cegar las fuentes de la vida... Leídas esas amplias y vigorosas respuestas, con la perspectiva del tiempo, queda a la vista que Josemaría Escrivá se adelanta con valentía, incluso a tajo contra los movimientos feministas en boga, exponiéndose él a parar el golpe, el impacto de impopularidad que la encíclica Humanae vitae, a punto de publicarse, desencadenaría más tarde sobre Paulo VI. Era un modo de servir a la Iglesia, allanando al Pontífice un camino áspero y difícil, sembrado con vidrios de punta... aún a riesgo de herirse él por pisarlo el primero.
Pero también se adelantaba, en más de veinte años, a la clarividente doctrina que, sobre la condición de la mujer y su rol social, expondría Juan Pablo II en la Mulieris dignitatem. Con anticipación, Escrivá subrayó la excelente dignidad de la mujer y su doble vocación histórica: dar vida a la humanidad y dar humanidad a la vida.
Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.