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15 noviembre 2025

San Josemaría hoy: 1972 Sigue de catequesis en Valencia

Igualmente, acuden algunos centenares de sacerdotes de Valencia y diócesis vecinas. Residentes y adscritos del Colegio Mayor Alameda, y más de doscientas universitarias de la Residencia Saomar que van a tener, también, la oportunidad de escucharle.
¿De qué habla el Padre especialmente en esta tierra expansiva y apasionada? De uno de sus grandes amores, que comparte con los valencianos: San José. Un testigo sonriente de la pólvora que la ciudad quema cada año, en un alarde de fuego y música, para festejarle.
«Me habéis dado una alegría al poner en "La Lloma" esos azulejos con San José, a quien tanto quiero. Lo digo descaradamente, llamándole mi Padre y Señor (...). Le quiero mucho, con toda mi alma, porque es el que más ha amado a Santa María y el que más ha tratado a Dios, el que más le ha amado después de Nuestra Madre. San José era un hombre estupendo, un gran trabajador: estoy seguro de que no se quejó jamás a Nuestro Señor por tener que trabajar tan humildemente, para sostener aquella casa de Nazaret, ni por tener que correr de una parte a otra (...). Cuando me lo encontré allí, detrás de esa reja, me llevé una gran alegría, y le eché dos piropos».
En las reuniones que se celebrarán en el Colegio Guadalaviar, promovido por padres de familia que han encomendado la dirección espiritual al Opus Dei, se contabilizan unas diez mil personas.
Ahora es un profesor de educación física quien aborda al Padre, pidiéndole unas palabras acerca de la deportividad en la lucha interior, y le responde con un recuerdo de las Olimpiadas:
«Veía cómo se acercaban aquellos mozos fuertes, con su pértiga dispuesta para saltar. Se concentraban en silencio hasta que ¡por fin! daba la impresión de que se decidían. Pero no: había pasado una mosca por allí, y se acabó la concentración. ¡Tienen más recogimiento que muchos cristianos a la hora de rezar!
Otras veces no se paraban, querían saltar, pero... no podían. Entonces bajaban la cabeza, se iban de nuevo al punto de partida (...). Luego se lanzaban y, quizá al cuarto o quinto intento, saltaban.
Tú debes decir a tus alumnos que en la vida ocurre eso. Diles que no son animales; que, en estos momentos de violencia, de sexualidad brutal, salvaje, tienen que ser rebeldes. Tú y yo somos rebeldes: no nos da la gana ser unas bestias. Queremos tratar a Dios (...). Para eso es muy bueno saber hacer una gimnasia espiritual, que es muy semejante -paralela por lo menos- a la gimnasia física».
Alguien le pregunta qué han de hacer sus hijos en la Obra para que la pujanza y la frescura y el vigor de los primeros tiempos se mantenga durante siglos. Y el Fundador responde, en serio, pero con tono de broma:
«Que sean humildes (...). A nosotros no nos interesan ni la pujanza ni la frescura... Un poquito de frescura, sí.
Me preguntaba un niño de pocos años: oye, tú, ¿no te da vergüenza estar ahí arriba hablando a tanta gente? De modo que un poco de frescura también tengo yo; esa frescura hace falta para poder hablar de Dios (...).
Hemos de ser humildes, y el Señor nos ha pedido la humildad colectiva, que algunos se empeñan en no entender. Desde el principio, miles de personas en todo el mundo la han entendido, y ahora, además, la practican, porque forman parte del Opus Dei y no se les va la fuerza por la boca, sino en obras de servicio a los demás, con manifestaciones de amor a las almas (...). Ser humildes no es ñoñería; es hablar con sinceridad, con naturalidad, y después pensar en aquellas palabras de San Pablo: a mí me importa muy poco el pensamiento de los hombres que me critican; me importa el juicio de Dios. ¿Está claro? Me importa el juicio de Dios: todo lo demás me sale por una friolera».
Ana Sastre, Tiempo de caminar. Rialp, Madrid, 1990, 2ª ed