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En otra de las tertulias multitudinarias, esta vez en la vieja hacienda de Montefalco, donde el Opus Dei despliega una ingente labor social, cultural y apostólica con campesinos indios, el Padre, mirando aquellos rostros serios e inescrutables, de tez cobriza, acusados pómulos, y ojos negros y rasgados como chacales, les dirá con energía algo que no habían escuchado jamás:
- Nadie es más que otro, ¡ninguno! ¡Todos somos iguales! Cada uno de nosotros valemos lo mismo, valemos la sangre de Cristo.
Y después, hablando con sus hijas que están al frente de Montefalco, les encarecerá, tratando de contagiarles su vibración:
- Hay que intensificar las labores con obreras y campesinas. Hemos de ayudarles a que adquieran la cultura necesaria para que puedan sacar de su trabajo más fruto material y lleguen a mantener la familia con mayor desahogo y dignidad. Para eso, no hay que hundir a los que están arriba... ¡pero no es justo que haya familias que estén siempre abajo!.
Era un horizonte claro de su concepto de la justicia social. Lo había predicado y escrito y predicado siempre: la solución no es que no haya ricos, sino que no haya pobres.
En 1966, el 11 de noviembre, recibe en Villa Tévere a una familia acomodada de Barcelona, los Vallet. Es un grupo numeroso. Entre ellos va un niño, vestido con el elegante uniforme de colegial de Viaró. El Padre toma aparte al chaval y le hace reflexionar sobre un hecho que, tal vez, hasta entonces le ha pasado por alto: Sus padres pagan una cantidad "equis" de dinero al Colegio Viaró, para que también pueda cursar allí sus estudios otro niño, hijo de una familia con recursos económicos escasos. Eso es repartir. Eso es vivir la justicia social y la solidaridad humana.
Después, volviéndose a los mayores, remachará la misma idea:
- Hay que conseguir que desaparezcan los pobres, elevándolos; no hundiendo a las clases más altas.
En incontables ocasiones expresará el criterio cristiano de esa justicia social que "no es lo que dicen los marxistas; no es la lucha de clases: eso es una gran injusticia (...) la justicia social no se hace con violencia, ni a tiros, ni formando facciones". Y también: "Tienen que subir los de abajo. Los de arriba, si no valen, se caen solos".
Es todo lo contrario del nuevo pobrismo revanchista, o del igualitarismo que enaniza a todos, a fuerza de rasar por lo bajo, hundiendo a unos pocos y no elevando a ninguno: "Queremos -dice un día de mayo de 1967, a unos cuantos numerarios- que cada vez haya menos pobres, menos gente sin formación, menos que sufran por la enfermedad, por la invalidez, o por la vejez. Y a eso vamos... Pero eso no se consigue enfrentando a unos con otros. Además -insiste- los de arriba se caen solos. Lo que hay que hacer es promocionar a los de abajo. Nosotros somos enemigos de la violencia".
Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.