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6 octubre 2025

San Josemaría hoy: 1968. En defensa de la libertad

Pero, bien persuadido de que su fe católica es la verdadera, la comprensión de todo hombre, sin fronteras, no le lleva a transigir con la doctrina, ni a abaratar los quilates de la verdad con irenismos eclécticos y falsos ecumenismos de medias tintas: En privado, o en público, a un mahometano, a una protestante, a un hebreo, a un budista..., les dirá con toda cordialidad y con toda sinceridad: "Tú no tienes la verdad por entero. Yo voy a rezar por ti, para que algún día puedas alcanzar el don de la fe verdadera. Pero te aseguro que sí tienes todo mi respeto: te respeto a ti y respeto tu libertad".
En Josemaría Escrivá, este respeto a la libertad nace y se nutre de un respeto enterizo del hombre, en razón de su excelente dignidad de hijo de Dios. En cierta ocasión -durante un viaje a España, en octubre de 1968- leyendo la prensa por la mañana, se disgustó y se apenó profundamente al ver que, en una publicación donde trabajaban algunos hijos suyos, se hacía un ataque ad hominem a cierta persona. Poco después, y sin dejar pasar ese día, comentó el hecho:
- Yo no puedo defender por ahí la libertad de mis hijos, si mis hijos no defienden primero la libertad de los demás. Se pueden decir verdades, denunciar cosas que marchan mal, hacer una oposición de altura, con categoría, pero sin caer en esos golpes bajos, de poco nivel... No podemos tener dos morales: una para nosotros y otra para los demás. No, hijos míos. No tenemos más que una moral: la de Cristo.
Esa defensa de la libertad, de la que era un apasionado se tradujo siempre en espíritu de apertura: Inculcó a sus hijas y a sus hijos que las labores y los centros de la Obra estuviesen abiertos a toda clase de gentes sin acepción ninguna, sin selecciones puntillosas en razón de creencias, de razas, de clases sociales, de ideologías... Adecuando, eso sí, cada actividad al grupo social y al nivel cultural a que se dirigiera, "porque el Opus Dei no saca a nadie de su sitio", ni promueve mezcolanzas artificiales y perturbadoras.
Por ese talante suyo de apertura, le entristecerá conocer el sectarismo de un concejal comunista del Ayuntamiento de Milán, que se opuso a la adjudicación de unos terrenos para edificar una Residencia de estudiantes dirigida por miembros del Opus Dei. Ante la reiterada negativa, otro concejal, socialista, preguntó: "¿Por qué esa oposición? Me consta que las residencias del Opus Dei están abiertas a todo el mundo". Y el munícipe comunista respondió: "Precisamente, por eso nos oponemos: abren las puertas, y se cuelan los católicos".
Contraste diametral: adelantándose a los tiempos y a los cambios sociopolíticos que habrían de producirse con la independencia kenyana (la harambée), el Fundador del Opus Dei se mantuvo firme en su decisión de que las dos obras corporativas docentes que iban a desarrollar en Nairobi las mujeres y los varones de la Obra, fuesen interraciales. Eso chocaba con la oposición de la colonia blanca británica y con el recelo de la población autóctona de color. Al fin, Kianda College y Strathmore College se construyeron en terrenos de una zona equidistante y neutral, lo que hizo posible la escolaridad de diferentes razas, de diferentes credos y de diferentes estratos sociales.
Y lo mismo, en tantos otros países donde la integración, por razones étnicas o culturales o económicas, parecía imposible. Y con qué entusiasmo alentó a sus hijos para que establecieran un club de formación de jóvenes, allá donde la gran ciudad de Chicago cambia de nombre y de rostro, y se convierte en el West Side. El club Midtown Center sale al encuentro de esos muchachos cuyo entorno es un sórdido "costumbrismo" de droga, sexo, miseria, haraganería, crimen y violencia. Ahí se trabaja a fondo para evitar que esos chicos entren en la espiral endiablada del "ya no tiene remedio" (25). Con el mismo fin -combatir desde dentro los nefandos efectos de la marginalidad-, en pleno corazón del Bronx, en lo que se llama "el culo sucio de New York", las mujeres de la Obra se esfuerzan por dar a las muchachas de ese barrio de hampa dura, de vida desarraigada, y de lenguaje soez, algo que la escuela y la familia les adeudan... y no les dan.

Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.