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Escrivá suele celebrar la misa, a diario, con un pobre cáliz de latón dorado. A sus hijos de España se lo cuenta, en una carta escrita en Roma de su puño y letra, fechada en 1964:
"... Aquel Padre, le queremos mucho, que me escribe un minero, añadiendo más o menos no se ponga triste, no sufra, me ha llegado al fondo del corazón. Y hace que me acuerde del pobre cáliz de hojalata -menos la copa- con el que celebro habitualmente: que es de forma clásica estupenda, y con un dorado maravilloso. Tanto, que una vez Cándida Granda, q.e.p.d., viéndolo conmigo, me aseguró que era de oro, hasta que lo desarmó delante de mí y -siendo mexicano, parecía aragonés en no querer mentir- apareció en una de las piezas grandes un letrero calificador: latón.
"Entre Dios y Su Madre Santísima y vosotros, mis hijos, me hacéis hacer la buena figura, como dicen en Italia: buena forma, buen oro... pero latón: eso soy yo. Y doy gracias al Señor, que me lo hace ver tan claro".
Un cáliz de latón y todo el amor de su corazón de "hombre que sabe querer"..., que, como el artista, se vuelca, se extasía y se recrea en el trabajo, en la obra que tiene entre manos... En el tajo laborioso del altar, y en el trabajo apasionante de la misa, pone Josemaría Escrivá, cada día, lo mejor de su ser. Este será un espléndido hallazgo, que Dios le regalará después de mucho tiempo de desear con hambre y con sed la misa: descubrir que la misa es "trabajo de Dios", operatio Dei, Opus Dei. El 24 de octubre de 1966 lo cuenta con sencillez:
- A mis sesenta y cinco años, he hecho un descubrimiento maravilloso. Me encanta celebrar la Santa Misa, pero ayer me costó un trabajo tremendo. ¡Qué esfuerzo! Vi que la Misa es verdaderamente Opus Dei, trabajo, como fue un trabajo para Jesucristo su primera Misa: la Cruz. Vi que el oficio del sacerdote, la celebración de la Santa Misa, es un trabajo para confeccionar la Eucaristía: que se experimenta dolor, y alegría, y cansancio. Sentí en mi carne el agotamiento de un trabajo divino.
Y algún tiempo después, en su catequesis de 1972 por tierras de Portugal y de España, contestando a la pregunta de un sevillano que quiere saber "¿cómo vive el Padre el Santo Sacrificio del altar?", Escrivá, de pie y encarado a una multitud de gente, después de bromear con ese curioso que quiere bucear en su intimidad, contesta:
- Ningún día mi Misa es igual a la del día anterior, ni a la del día siguiente. Cada vez me entretengo de manera distinta en esa oración, y en ese ofrecimiento, y en esa petición: en esa Misa que es para mí Opus Dei, porque ¡me rinde, me agota...! Y doy gracias a Dios porque sea así (...) Es una carga maravillosa, divina, porque no soy yo, es Él el que la lleva. Todos los sacerdotes seamos pecadores -como yo- , o sean santos como son otros, no somos nunca nosotros: es Cristo, que renueva en el altar su sacrificio del Calvario. Yo no "presido" nada. ¡Soy Cristo en el altar! (...) Consagro in persona Christi, porque le doy mi cuerpo y mi voz, mi pobre corazón tantas veces manchado, que quiero que Él purifique...
En aquel enorme recinto, que llaman "el lagar" de Pozoalbero, se ha hecho un silencio intenso, denso, cuajado. El Padre, echando la mirada hacia el fondo de la estancia, busca con los ojos al que hizo la pregunta. Al fin, lo descubre. Con marcado acento aragonés, le dice:
- ¡Oye... ya sabes casi tanto como yo!
Extiende el brazo derecho con la palma de la mano hacia arriba, como un mendigo que suplica una limosna:
- ¿Verdad que me ayudarás, desde lejos, a decir Misa? ¿Tú comprendes que me agote?
Por eso, porque el altar es su tajo agotador, y porque ha de prestar su cuerpo y su alma al propio Jesucristo, para que el milagro de la Eucaristía sea posible, Josemaría Escrivá todo lo centra y todo lo arraiga en ese "trabajo" suyo y de Dios. La Misa, dirá siempre, es "centro y raíz de la vida interior". Y cuando en la tertulia de la noche el reloj deje sonar la primera campanada de las diez, se levantará, con un impulso joven y brioso, sin esperar al segundo dingdong, para retirarse en silencio. Silencio apacible y laborioso, de oración muy personal, muy intimista. En su memoria, la invitación con palabras del profeta: praeparare, Israel, in occursum Dei tui, prepárate, Israel, a salir al encuentro de tu Dios. Y así, rezando también durante el sueño, transcurrirá la noche, mientras alfombra el camino hacia las gradas del altar, diciendo ya con vehemente deseo: "me acercaré al altar de Dios... al Dios que alegra mi juventud". Sí, para este "sacerdote de cuerpo entero", sacerdote de sol a sol, decir misa es el qué de su vivir.
Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.