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Desde que don Josemaría tuvo que huir precipitadamente de la casa de su madre, en agosto de 1936, ella y Carmen no le han vuelto a ver. Los miembros de la Obra que aún pueden circular por Madrid, aprovechan la menor coyuntura para acercarse a la casa de la calle de Caracas, donde la Abuela y Carmen están refugiadas. En estas dificilísimas circunstancias siguen encontrando el cariño y la atención de un hogar. Algunos recordarán siempre el día de San José de 1937. La familia del Fundador invita a almorzar a todos los que tienen posibilidad de acudir. Nadie sabe a costa de qué privaciones doña Dolores y Carmen convierten la jornada en una gratísima fiesta.
El día 31 de agosto de 1937, don Josemaría abandona este refugio definitivamente, para iniciar su actividad apostólica dentro de la ciudad en guerra. Vive en una pensión, en el ático del número 67 de la calle de Ayala, con Juan Jiménez Vargas.
Lleva con frecuencia el Santísimo consigo dentro de una pitillera de plata, con el interior dorado, envuelto en uno de los pequeños corporales que hiciera su hermana' Carmen. Una vez cerrada, la enfunda en una bolsa de tela que tiene dibujada la bandera de Honduras. El Padre la sujeta además, con unos imperdibles, al forro del bolsillo interior de la chaqueta. Dios hecho Hombre, entre los hombres que sufren, comienza a pasear las casas, las calles de Madrid, protegido por un pabellón extranjero.
Así puede asistir de cerca a la enfermedad de don Ramón del Portillo, padre de Álvaro, que muere el 14 de octubre de 1937 en una casa situada bajo la protección de la Embajada de México, en la calle de Velázquez 98. Le han ocultado a su hijo la gravedad para impedir que salga de la Legación y exponga su vida. El Padre viene todos los días con una cartera en la mano. Ante los extraños, pasa por ser el médico. Don Ramón del Portillo muere a causa de una tuberculosis imparable. El entierro tiene lugar el día 15.
En su incesante dedicación apostólica de estos meses, el Padre se pone en contacto con José María Albareda, que vive en un piso de la calle Menéndez y Pelayo. Allí conoce también a Tomás Alvira, que años más tarde será una de las primeras personas casadas que soliciten la admisión en el Opus Dei. Celebra el Santo Sacrificio en el fervor de pequeñas reuniones, y extrema su amor a la Eucaristía en esta época en la que revive la actuación y el modo de los primeros cristianos durante las persecuciones.
Incluso llega a dar unos días de retiro espiritual, dirigiendo las meditaciones en distintas casas, para no llamar la atención; reúne a unos pocos que se encuentran y separan discretamente, y que rezan, por entre la angustia y la tristeza de los peatones, la luminosa plegaria del Rosario a María, Madre de Dios y de los hombres.
En una tienda que se dedicaba, hasta que estalló la guerra, a vender objetos religiosos consigue una pequeña imagen de la Virgen. Años más tarde, el 14 de febrero de 1961, en Roma, contará cómo fue la aventura de esta adquisición:
«Me acuerdo, como si fuera ahora, de cuando compré esa imagen de la Virgen, en plena guerra civil de España. Fue en la plaza del Ángel, en una tienda donde venden marcos, estampas y, sobre todo, espejos. Se asustaron cuando les pedí una imagen de Nuestra Señora. Saqué mis documentos, y la trajeron desde la trastienda, muy a escondidas.
Luego la tuvimos en el piso donde estuve refugiado con Juan: un piso que nos dejaron. Al día siguiente de irnos, cayó allí una bomba.
A mí me gusta mucho esta imagen, porque me recuerda un poquico a mi madre. No es que se le parezca, pero tiene algo de ella»
El cuadro es una reproducción de L'Addolorata de G. B. Salvi, llamado el Sassoferrato, un pintor italiano del siglo XVII.
Ana Sastre, Tiempo de caminar. Rialp, Madrid, 1990, 2ª ed.