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31 enero 2025

San Josemaría hoy: 1940. El demonio ataca de nuevo

El 31 de enero de 1940, el Padre, con Pedro Casciaro y con Ricardo Fernández Vallespín, éste al volante del viejo Citroën, partieron de Madrid para volver a hacer una visita a los de Valencia. Salieron con retraso, y no con mucha confianza en el vehículo, porque, antes de dejar la capital, compraron un cable por si tenían que remolcarles. De salida, el coche se portó estupendamente hasta el kilómetro 70 de la carretera general de Valencia. Luego rehusó ir adelante. Se rompió una pieza cuando intentaban desatornillar otra. Se incendió la gasolina. «El Padre —narra Pedro Casciaro— que venía rezando el Breviario desde la salida, nos animó diciéndonos que había que seguir como se pudiera hasta Valencia, porque empezaba a verse claro que nuestra estancia en aquella ciudad tenía que ser muy eficaz puesto que el demonio empezaba a impedirnos que se realizase».
A los dos días de averías y peripecias consiguieron llegar a Valencia, donde les esperaba un buen grupo de jóvenes. Los obstáculos no amilanaban al Padre, que, como decía a sus hijos, tocaba al Espíritu Santo. Sentía y palpaba el efecto de la gracia y cómo su palabra llevaba a la gente a entregarse por completo a Dios, renunciando de golpe a proyectos acariciados durante años. Todos los testimonios concuerdan en que la santidad transparente del sacerdote atraía de cuajo a las almas. Porque, dócil a las mociones divinas, don Josemaría se dejaba calar por la gracia para ser utilizado por el Señor como instrumento eficaz.
Un día, a orillas del mar, el Fundador vio su esfuerzo apostólico hecho imagen alegórica:
En 1940, en la playa de Valencia —recordaba—, pude ver cómo unos pescadores —recios, robustos— arrastraban la red hasta la arena. Un niño pequeño se había metido entre ellos, y tratando de imitarles, tiraba también de las redes. Era un estorbo: pero observé que la rudeza de aquellos hombres de mar se enternecía, y no apartaban al pequeñín, dejándole en su ilusión de ayudar en el esfuerzo.
Os he contado muchas veces esta anécdota, porque a mí me conmueve pensar que Dios Nuestro Señor nos deja a nosotros también poner la mano en sus obras, y nos mira con ternura, al ver nuestro empeño en colaborar con Él.

Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei (vol. II). Rialp, Madrid, 2002