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Con los viajes apostólicos a provincias, realizados los fines de semana, se iba tejiendo, poco a poco, una tupida red apostólica por el Centro y Norte de España. Era patente que don Josemaría quería ver establecida la Obra, cuanto antes, en otros muchos puntos de la nación. No se daba por contento con deseos vagos, antes bien toda su actividad se encaminaba a ejecutar un plan repensado en la oración, un proyecto realista y ambicioso. El grado de celeridad que imprimía al programa de expansión territorial nos lo indica un dato muy objetivo: al iniciarse el año 1940, a los nueve meses de haber entrado en un Madrid desorganizado y deshecho, tenía la Obra actividades arraigadas en Valencia, Valladolid, Barcelona y Zaragoza. Muy poco le faltaba a don Josemaría para completar sus previsiones en tiempo de guerra, pues en carta del 27 de enero de 1940 se lee: Muy pronto vamos a ir a Sevilla, Granada y Santiago. Con esto se habrá cumplido a la letra el plan de trabajo.
Por esas fechas ya se había pertrechado de las correspondientes cartas de presentación para las autoridades eclesiásticas de aquellas ciudades. No siempre las misivas eran de tonos graves y solemnes. La firmada por el Obispo de Pamplona el 14 de enero de 1940 y dirigida al Arzobispo de Santiago, refleja algo más que el jovial humor de don Marcelino:
«El Rvdo. Sr. Don José María Escrivá, portador de la presente, es un pícaro que puede con el diablo. Le siguen muchos jóvenes magníficamente dotados, verdaderos apóstoles. Conozco el espíritu que les anima; y me tienen edificado; tanto que me considero como de su casa».
No le va a la zaga la dirigida el 31 de enero por el Obispo de Vitoria al Arzobispo de Granada: «Con estas letras mías se presentará D. José María Escrivá, sacerdote de Cristo y verdadero apóstol en todo el sentido de la palabra, al cual no le digo que le atienda porque pronto caerá en la cuenta de quién es».
Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei (vol. II). Rialp, Madrid, 2002.