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21 enero 2025

San Josemaría hoy: 1940. Francisco Ponz

La mayor parte de las vocaciones venían, según expresión del Fundador, como por un plano inclinado, por las etapas de un proceso de intensificación de la vida interior, a medida que adquirían el espíritu de la Obra. Tal fue el caso, por ejemplo, de Francisco Ponz, antiguo alumno de José María Albareda en el Instituto de Huesca. En 1939 le había hablado éste de las clases de formación en la Residencia de Jenner. Acudió semanalmente a ellas el estudiante durante el primer semestre del curso. Y, cuando regresó a Madrid después de las vacaciones de Navidad, le invitaron a asistir a un día de retiro espiritual en la Residencia. Era domingo, 21 de enero de 1940. A las ocho de la mañana, por vez primera, oyó una meditación dirigida por don Josemaría. Las palabras le dejaron recuerdo inolvidable de la fecha. A continuación don Josemaría se revistió para celebrar. «El modo de celebrar el Padre la Santa Misa —cuenta Ponz—, el tono sincero y lleno de atención con que rezaba las distintas oraciones, sin la menor afectación, sus genuflexiones y demás rúbricas litúrgicas, me impresionaron muy vivamente: Dios estaba allí, realmente presente».
Ese mismo día Paco Botella, por consejo del Padre, le explicó ampliamente la Obra. Compró Francisco Ponz Camino y, durante una corta temporada, dedicó muchos ratos a su lectura, casi siempre en las horas tranquilas de la jornada, las que preceden al sueño. Llegó así el 10 de febrero, en que de camino hacia la Residencia, «mientras aquel tranvía hacía su recorrido —dice—, resolví no pensármelo más y fiarme del Señor y del Padre, entregándome para siempre a Dios en el Opus Dei». Le recibió el Padre en su despacho de la planta baja de Jenner, una habitación muy pequeña, de unos 3.50 por 3.50 metros, que hacía también de dormitorio. Sobre la mesa, que era muy simple, había un crucifijo de pie. «El Padre, de forma muy paternal y muy sobrenatural, quiso dejarme muy claros algunos puntos [...]. Me hizo ver que la llamada que me hacía el Señor era de carácter sobrenatural, cosa de Dios y no de los hombres [...]. Ser de la Obra significaba comprometerse a luchar toda la vida para mejorar en las virtudes cristianas, para alcanzar la santidad según el espíritu que Dios le había dado [...]. Desde aquel momento me sentí íntima y cordialmente vinculado, de por vida, a mi nueva familia, el Opus Dei».

Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei (vol. II). Rialp, Madrid, 2002.