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Son innumerables las muestras de la devoción a San José por parte del Fundador. San José es, junto con Nuestra Señora, Patrono de toda la Obra. Cuando en la residencia de Ferraz preparaba el primer oratorio de la Obra, y hacía las gestiones pertinentes para obtener el permiso, encomendó el asunto al Santo Patriarca, a quien llamaba Nuestro Padre y Señor San José. En agradecimiento, mandó que la llave del Sagrario de todos los oratorios de la Obra llevase una cadenita con una medalla del santo, y grabado en ella: Ite ad Ioseph. A él encomendaba el apostolado, especialmente con una sencilla oración en la víspera de su fiesta, que se celebra el 19 de marzo. El Padre aconsejaba invocarlo como patrono de la buena muerte y en la Obra se siguió la devoción de los siete domingos de San José. Como cabeza de familia, durante muchos años el Fundador se imaginaba que el hogar de su madre y hermanos era el de Nazaret, de modo que le ayudara a comportarse con ellos como lo hubiera hecho San José. Y cuando en tiempos del Papa Juan XXIII se decidió mencionar a San José en el canon de la misa, fue grande su alegría. La unión de los dos primeros nombres del Fundador en uno solo es también muestra de su amor y devoción conjunta a Jesús, José y María.
El 19 de enero de 1973 Santiago, su hermano, le regaló una imagen de San José que provenía de casa de sus abuelos maternos. Era de origen francés, de yeso sin pintar, con una simple pátina para resaltar las sombras y los detalles. La estatua había estado también en Roma en casa de tía Carmen (cfr. Álvaro del Portillo, Sum. 1152).
D. José Luis Soria Saiz recoge una breve y estupenda definición que el Fundador hizo del Santo Patriarca el 18 de marzo de 1974, víspera de su festividad: ¡San José es maravilloso! Es el santo de la humildad rendida..., de la sonrisa permanente y del encogimiento de hombros (RHF, T-07920, Anexo II, p. 24). Con ello quería expresar el Fundador la absoluta disposición del Santo Patriarca, noche y día, para hacer la Voluntad de Dios, sereno y confiado para abrirse paso a través de las dificultades, atento a las personas que Dios había puesto bajo su tutela.
Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei (vol. III). Rialp, Madrid, 2003.