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Entre unas cosas y otras don Josemaría iba sembrando de abrojos el camino de su vida. La víspera —el 16 de enero, por no ir más lejos—, hizo el propósito firme —se lee en los Apuntes— de no visitar por curiosidad, ¡nunca!, ningún edificio religioso. ¡Pobre catedral de Burgos! |# 55|. (Ciertos adverbios —nunca, jamás...—, respaldados por la firme voluntad del Fundador, son terribles; recuérdese aquel: no mirar ¡nunca!, de 1932.
En Burgos necesitaban un piso donde recibir visitas y acoger a los transeúntes, y mejor si pudieran instalar en él un oratorio. Pero, por más que indagaron, no se encontraba en la capital una vivienda libre. En consecuencia, aquel impresionante San Miguel de Burgos, nombre de la sede en que fechaba la Carta Circular, jamás pasó de ser el reducido cuarto de una pensión o de un hotel.
Don Josemaría tenía bien trazados mentalmente los planes a corto, medio y largo plazo, aunque para él todo terminaba siendo trabajo inmediato. Lo primero era intentar traerse a Burgos a Juan Jiménez Vargas, a Pedro y a Paco, que junto con Albareda constituirían, por así decirlo, la plantilla de la oficina central que, con sede fija, se ocuparía de coordinar la labor apostólica, atender a los visitantes que aparecían por Burgos y seguir la correspondencia. También consideraba urgente charlar, cuanto antes, con todos y cada uno de los miembros de la Obra. Basta recorrer las Catalinas para ver cuáles eran sus padecimientos.
¡Dios mío, Dios mío! Todos igualmente queridos, por Ti, en Ti y contigo: todos dispersos. Me has dado donde más me podía doler: en los hijos.
Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei (vol. II). Rialp, Madrid, 2002