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Desde comienzos de diciembre hubo ya capellán fijo y teníamos la misa en casa, aunque de cuando en cuando, en algunas fiestas importantes venía el Padre. Así ocurrió en la fiesta de la Inmaculada Concepción de ese año 1940. Al terminar la misa nos animó a vivir la fraternidad cristiana, a querernos todos de veras, a que no se formaran camarillas o grupos cerrados en la residencia. Habló también de su gran amor a la libertad: debíamos actuar por propia convicción, de modo que nuestra conducta fuese consecuencia de elegir libremente lo que es bueno. Nos animó a ser reciamente piadosos, sin caer en la falsa piedad de la beatería, y anunció asimismo que después de las vacaciones de Navidad comenzarían los cursos de formación, que ese curso todavía no se habían iniciado. Después de desayunar, algunos tuvimos la suerte de salir un rato de paseo con él, en un coche que conducía Ricardo.
El 12 de enero, vino el Padre por la tarde para dar una plática y la Bendición con el Santísimo. A pesar de la competencia de los cines, asistieron casi todos los residentes. Se refirió a la reciente fiesta de la Epifanía y recordó que aún era tiempo de ofrecer al Niño Jesús, como los Magos, algún regalo: quizás más horas de estudio, cortar con compañeros que apartaran del trabajo, visitar más al Señor en el oratorio, comulgar con mayor frecuencia. Al referirse a la hipotética situación de alguno que no tuviera ganas de estudiar, decía: "¿No tienes ganas de estudiar? ¡Tienes toda la Castellana para ti! Pero no vayas a estorbar a otros. Has de contribuir a que haya en la residencia ambiente de trabajo, por Él -por el Señor- y por ti".
También se ocupaba el Padre de dirigir el retiro espiritual que se tenía cada mes en la mañana de un domingo. El de febrero -llevaba yo un año en el Opus Dei- contó con cerca de cuarenta asistentes: el oratorio estaba abarrotado, con bastantes sillas supletorias. Nos animó a luchar contra nuestras inclinaciones desviadas y a vencernos con la ayuda de Dios; a combatir los respetos humanos que obstaculizan el comportamiento cristiano y frenan el apostolado; a rechazar una falsa y ñoña vida de piedad, la comodonería y la pereza para estudiar. Insistió en que libráramos esa lucha, no con ánimo encogido, ni por miedo a nada ni a nadie, sino libremente, por amor al Señor.
Al tratar de la entrega de todas las cosas al Señor, aun cuando fueran buenas, contó la anécdota del niño al que gustaba muchísimo un jarabe, el Ceregumil, al que sabía renunciar ofreciéndoselo al Niño Jesús todas las noches: al rezar la oración infantil "Jesusito de mi vida", la terminaba diciendo: "Yo te doy mi Ceregumil", en lugar de "mi corazón". La anécdota provocó risas y también dio mucho que pensar.
Francisco Ponz, "Mi encuentro con el Fundador del Opus Dei"