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10 enero 2025

San Josemaría hoy: 1938. Se instala en Burgos

Ese 10 de enero se fue al palacio arzobispal de Burgos a solicitar facultades ministeriales del prelado, Mons. Manuel de Castro y Alonso. En la calle se encontró con un clérigo, viejo conocido de Madrid, que le acompañó amablemente hasta palacio, donde le presentaron a un párroco que estaba de visita y que resultó conocer de antiguo a la larga parentela eclesiástica de los Albás. Hablando con el párroco se olvidó don Josemaría de las advertencias, sin duda un poco demasiado exageradas, que todos dejaban caer sobre el humor del Prelado. No había miedo. Por fortuna él estaba bien recomendado por don Marcelino Olaechea. Y, por si era poco, también don Javier Lauzurica se había tomado la molestia de avisar por teléfono al de Burgos anunciando su visita. Algo muy extraño percibió, sin embargo, en el ambiente. Notaba una sensación como de desamparo y frialdad. Los pasillos estaban desiertos y nadie hacía antesala.
En esto se asomó el Prelado al pasillo, y oyó que alguien anunciaba:
— Ahí está Escrivá.
Pasó don Josemaría al salón de visitas y entregó al Arzobispo la carta de don Marcelino, el de Pamplona.
— Espere: voy por los lentes.
Enseguida volvió con cara de pocos amigos. Se enfrascó en la lectura de la carta y, aunque Monseñor Olaechea había salpicado el texto con alguna que otra gracia, el de Burgos ni parpadeó. Acabada la lectura miró a don Josemaría por encima de los cristales y le espetó a bocajarro, con sequedad lacónica:
— Esa Obra no la conozco.
Trató entonces el sacerdote de explicar en un par de minutos lo que ya decía la carta sobre los fines y labores de la Obra.
— Aquí no hay universitarios: me sobra clero: no le doy licencias, fue la respuesta, seca y contundente.
— Si el señor Arzobispo me permite..., suplicó el sacerdote.
— Sí permito, replicó autoritario.
— Es cierto —asintió don Josemaría— que no hay aquí universitarios, porque todos los jóvenes están en el frente, pero, como en Burgos está el centro de todas las actividades, siempre hay jóvenes universitarios por aquí.
— Los tengo muy bien atendidos, no le necesito a usted, fueron sus palabras de despedida.
Así terminó la visita, que bien podía calificarse de escena teatral, con el título sugerido por don Josemaría: Entrevista de un clérigo pecador con el Sr. Arzobispo de Burgos. De todos modos, el sacerdote salió muy tranquilo de la representación, pero se vio obligado a consultar de nuevo el caso con los Obispos de Pamplona y Vitoria, para tratar de obtener las apetecidas licencias por otro conducto, porque el del Arzobispo parecía definitivamente atascado. (Antes de acabar el mes, el Obispo de Vitoria, de paso por Burgos, arregló el asunto. De forma que, cuando don Josemaría fue de nuevo a visitar al Arzobispo, entró en palacio con el pie derecho. Esta vez el Prelado era todo mieles: A usted le conviene Burgos: no se mueva de Burgos. Desde luego: en las oficinas, que le den licencias absolutas).

Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei (vol. II). Rialp, Madrid, 2002