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29 septiembre 2025

San Josemaría hoy: 1944. La diabetes del Padre

Desde 1944, Monseñor Escrivá de Balaguer está diagnosticado de diabetes mellitus. Probablemente la enfermedad existe con anterioridad a esta fecha, ya que han sido muchas las jornadas en las que ha acudido a cumplir sus compromisos de trabajo con infecciones que tardan en curar, fiebre y malestar intenso. Pero se manifiesta la causa con toda certeza a raíz de unos ejercicios espirituales que debe impartir a la Comunidad de frailes Agustinos de El Escorial. Es el mes de septiembre de 1944. El Padre amanece con treinta y nueve grados de fiebre. A pesar de todo, piensa en los cien religiosos que le están esperando y emprende el camino. Siempre el fuego del amor de Dios arrastrará su cuerpo, muchas veces vencido por la inclemencia de la enfermedad, del cansancio, y, por ello, habla durante estos días con el mismo ímpetu de siempre. Muchos de aquellos religiosos que le escuchan recordarán, treinta años después, la fe, la convicción y la entrega de aquel sacerdote.
Predica en el coro de la iglesia y tiene que forzar la voz para que resulte audible a todos. Lo consigue: llega hasta cada uno con claridad, con exigencia amable. A los pocos días de estancia en el Monasterio es preciso practicar un análisis que objetiva la elevada cifra de glucosa en sangre.
Desde ese día ha de ponerse en tratamiento. Controla su enfermedad el doctor Pardo Urdapilleta, que prescribe un régimen dietético difícil de llevar, y también insulina.
Es precisamente en una etapa de difícil control de su enfermedad, en 1946, cuando don Álvaro le llama desde Roma. Resulta imprescindible que el Padre vaya para abrir el horizonte jurídico de la Obra. Desde que llega a Italia se pondrá en manos del doctor Faelli, que ha de ser médico y amigo durante ocho años de tratamiento. Cada quince días se somete a pruebas analíticas. Va con don Álvaro a la Via Nazionale, hacia las once de la mañana, para cumplir estrictamente los postulados del doctor. Pero la glucemia sube, y la cantidad de insulina que ha de inyectarse varias veces al día va en aumento. Llega a precisar más de cien unidades diarias.
Uno de los días en que va a practicarse los análisis, en ayunas como de ordinario, don Álvaro le lleva a la Piazza Esedra a desayunar. Piden un «capuccino» y un bollo. En Italia llaman «capuccino» a un café muy cargado al que se añade un poco de crema. Cuando el Padre se dispone a beberlo, se acerca una mujer pobre pidiendo limosna. Sin dudarlo un momento, le contesta:
-«Dinero no tengo; lo único de que dispongo, porque me lo dan es esto: tómeselo usted, y que Dios la bendiga».
Don Álvaro se apresura a ofrecer su desayuno al Padre. Pero él, vuelve a intervenir:
-«No, no, ya está bien, ya he desayunado».
Y repite la misma afirmación a la encargada del bar, que quiere regalarle un café en sustitución del que ha dado a la mujer. -«No, no, quédese usted tranquila, que yo ya he desayunado»".
Quedarse sin comer no supone una novedad para el Padre, porque desde muy joven está acostumbrado a buscar también ahí la penitencia. La realidad es que durante toda su vida muchas veces ha pasado hambre. Primero, por exigencias de su trabajo sacerdotal y porque no tenía dinero, se alimentaba poco aunque continuara trabajando sin tregua de un lado a otro. Después, en la época de la guerra española, el hambre será general y sobreañadida a la persecución. A partir de 1940, la Obra comienza su crecimiento y las necesidades se multiplican. Y tras la guerra mundial, que ha empobrecido las posibilidades de todos los países de Europa, le diagnostican de diabetes mellitus. La terapéutica en esta época es drástica: se emplean regímenes de hambre, con exclusión de los carbohidratos. Desde 1966, padecerá además una secuela ligada al síndrome diabético: la insuficiencia renal, que va a condicionar extremadamente el tipo de alimentos que debe ingerir en cantidad y calidad.

Ana Sastre, Tiempo de caminar. Rialp, Madrid, 1990, 2ª ed.