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Boda de los Abuelos en 1898 en la Capilla del Santo Cristo de los Milagros, en la catedral de Barbastro
1933. Pide a los redentoristas un lugar para celebrar retiros
Desde diciembre de 1933 a septiembre de 1934, el Padre acuerda con los PP. Redentoristas -que tienen en una calle cercana la iglesia del Perpetuo Socorro- la posibilidad de organizar un retiro mensual con los chicos de la Obra. Y en las meditaciones que predica, va desplegando el Fundador las características y el modo que Dios ha grabado en su corazón como perfil definitivo del Opus Dei.
La actividad sacerdotal del Padre, su experiencia ascética y mística, el conocimiento del dolor, de la pobreza, de la soledad y de la muerte, y también de la alegría, del orgullo de saberse hijo de Dios, así como el descubrimiento de la vocación a que Dios le ha llamado, impulsan al Fundador a reunir un buen número de notas que titula con el nombre de «Consideraciones Espirituales». En ellas se vuelcan ratos, antiguos o recientes, de intimidad con Dios, de trato continuo con los Ángeles Custodios, de fe y de esperanza; diálogos breves y entrañables con aquellos que le siguen, experiencias junto a la entrega y el amor de los enfermos, gozo y desprendimiento. Todo ello se agrupará en una pequeña publicación que sirve para dar a conocer el talante interior de la Obra, a los que acuden a participar de su espíritu.
«Consideraciones Espirituales» se imprime por primera vez en la Imprenta Moderna de Cuenca, el 3 de mayo de 1934. Lleva el “Nihil obstat” de don Sebastián Cirac y el “Imprimatur” del Obispo don Cruz Laplana.
El Padre había reunido, desde 1930, unas breves oraciones litúrgicas de la Iglesia en un conjunto de preces que rezarán los miembros de la Obra cada día: peticiones y acciones de gracias que eleva a la Santísima Trinidad, a la Virgen, a San José, a los Ángeles Custodios. Ruegos por el Papa, por la Iglesia, por la unidad de los apostolados. Por cuantos pertenecen y ayudan a la Obra de Dios. Por los que han muerto y los que viven en la esperanza de Jesucristo. Invoca a los santos y arcángeles: San Pablo, San Pedro, San Juan, San Miguel, San Rafael y San Gabriel. Y termina con aquel saludo que los primeros cristianos repetían de continuo al encontrarse, con el deseo de lo más ancho y hondo que puede traer el conocimiento de Cristo: la paz.
Ana Sastre, Tiempo de caminar. Rialp, Madrid, 1990, 2ª ed.