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18 septiembre 2025

San Josemaría hoy: 1934. Traslado de la Academia a Ferraz

En el mes de septiembre se amuebla la casa. El comedor, la sala de visitas, el vestíbulo. También se llegan a instalar lámparas en los dormitorios; pero el dinero del que por ahora dispone solamente cubre lo necesario para montar una habitación-piloto, con dos camas, armario, mesitas de noche, mesa de trabajo y sillas. Se ha logrado comprar el menaje de cocina y la vajilla.
La ropa viene, a crédito, de los Almacenes Simeón. Trabaja en este comercio, como jefe de sección, un antiguo proveedor de la familia del Padre: Casimiro Ardanuy. Todos los colchones, mantas y enseres que no se pueden colocar por falta de muebles, se reúnen en una habitación a la que llaman almacén.
«En aquellos tiempos disponíamos de muy pocos muebles. Teníamos ropa, que me habían dado en unos grandes almacenes a crédito, para pagarla cuando pudiera. Y no teníamos armarios para guardarla. En el suelo habíamos puesto con mucho cuidado unos papeles de periódico, y encima la ropa (...). Y encima, más papeles, para resguardarla del polvo».
El Padre elige la habitación para el oratorio: grande, con entrada muy próxima al vestíbulo principal y una ventana de tamaño regular que se abre a un patio silencioso. Los cristales se cubren con papel que imita el cristal emplomado.
Allí se monta, en principio, una mesa amplia con un crucifijo y dos candeleros. Un banco, que ya estaba en Luchana, se divide en dos y ocupa los laterales. Junto al altar, un reclinatorio.
A lo largo del curso, el oratorio se va completando. Ya se ha conseguido un altar de madera, con frontal liso y adecuado para adosar una armadura de madera forrada con tela del color litúrgico del día. Al principio sólo existe el blanco. También los únicos ornamentos que tienen son de este color.
En este primer oratorio de la Obra, el Padre vuelca su ilusión de tanta espera. Han pasado seis años y nunca ha dejado de soñar con el momento en que Cristo Hombre, Pan Eucarístico, fuerza y sangre de toda la vida del cristiano, pueda venir a ser amado, adorado, bajo el techo del Opus Dei. Querría tener, para recibir este primer sagrario, los medios con que el amor humano demuestra su grandeza. Y, en la escasez en que se mueve, enseña a todos que el oratorio es lo primero. Y les dice que, algún día, cuando tengan más posibilidades, habrán de ponerlas en este lugar, a los pies del sagrario.
El Padre, al concluir aquella semi-instalación, se reviste con un roquete de encaje confeccionado por su hermana Carmen. Toma en sus manos el agua bendita e invoca la protección del Cielo para todas las dificultades, y también para las alegrías que les aguardan. Bendice especialmente aquel hogar en el que ahora, mejor que nunca, empezará a formar en el espíritu de la Obra a los primeros.
«Me traje del Rectorado de Santa Isabel un acetre con agua bendita y un hisopo (...). También (...) una estola y un ritual, y fui bendiciendo la casa vacía: con una solemnidad y alegría, ¡con (14) una seguridad!... »

Ana Sastre, Tiempo de caminar. Rialp, Madrid, 1990, 2ª ed.