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Una noche de septiembre de 1965, Julia no se encuentra bien y necesita salir del dormitorio para ir al cuarto de baño. Por no despertar a las demás, no enciende la luz. Camina a tientas por el pasillo y, al llegar a unas escaleras, da un paso en falso, y cae rodando, peldaños abajo. Se golpea en la cabeza y se le fracturan las dos muñecas. Inmediatamente llaman al médico. Y al amanecer la internan en una clínica de Roma. A Escrivá se lo cuentan cuando ya se han tomado todos los remedios. Muy apesadumbrado, y con patente preocupación, convoca una reunión de todas las directoras de la Asesoría Central. Les habla con fuerza: expone, si se puede decir así, una queja de padre. ¿Cómo no han sabido adelantarse... cómo no han sabido prever que Julia, por sí misma, jamás pediría nada, pero que una mujer de casi setenta años debe disponer en su habitación de todo lo necesario, para no tener que andar de noche por pasillos y escaleras? Después hace una sola pregunta:
- Cuando avisasteis al médico, ¿llamasteis también al sacerdote?
- La verdad...no... No se nos ocurrió.
- ¡Hijas mías, tenéis que quereros más...; tenéis que quereros mejor! Os habéis preocupado de su cuerpo. Muy bien. Pero no os habéis preocupado de su alma.
Un corazón atento a las pequeñas y prosaicas necesidades...Cuando llegan a Roma las primeras japonesas del Opus Dei, Escrivá encarece que se las trate con exquisita delicadeza: "¡allí las mujeres son como frágiles porcelanas!"; que se les facilite la adaptación al clima, a las comidas, al idioma, a los usos occidentales... Desciende incluso al detalle del calzado:
- Como están acostumbradas a pisar blando, sobre el tatami, que durante los primeros días utilicen zapatillas para andar por casa, hasta que se habitúen a la dureza de nuestros suelos.
En otra ocasión, advierte que una hija suya europea, después de varios años viviendo en el sur de África, tiene la tez muy avejentada:
- Yo, de esos mejunjes, no entiendo; pero seguro que hay cremas de tocador adecuadas, para que a esta chica se le revitalice la piel. Compradle unos frascos y que se los lleve cuando regrese a Nigeria.
Bertita es una muchacha ecuatoriana que acaba de llegar a Roma y vive en Villa Sacchetti, ayudando en las tareas domésticas. El Padre ha sabido que tuvo una infancia muy dura, en un ambiente mísero, con toda suerte de privaciones y sufrimientos. Quiere que, viviendo en Casa, encuentre todo el cariño y toda la alegría que hasta entonces le han faltado. Cada vez que llega un envoltorio vistoso, guarda las cintas de colores: "son para una hija mía pequeña de Ecuador..." Si regalan bombones, advierte a las de la administración que tengan la picardía de sortear algunos y hacer, si es preciso, una pequeña trampa "para que a Bertita le toque un bombón de los grandes".
Una mañana, Begoña Álvarez se queda muy confusa cuando, al descolgar el teléfono interior, oye al otro lado la voz de Escrivá preguntándole por algo tan inesperado como esto:
- ¿Tú sabes si Bertita tiene camisetas de lana?
- ¿Camisetas de lana...? No lo sé, Padre. ¡No tengo ni idea...!
- Pues entérate..., y me lo dices.
Begoña vive, con las otras directoras de la Asesoría, en La Montagnola. Desconoce las interioridades de Villa Sacchetti. Así, pues, pregunta a Blanca Fontán, que es quien puede saberlo. En efecto, Bertita carece de esas prendas de invierno.
- Me lo imaginaba... En Roma empieza a hacer frío, y esa hija mía tiene que estar acusándolo más. Encárgate tú misma de que no acabe el día de hoy sin que se le compre un par de camisetas... Que sean de ésas de lana mórbida, para que no le pique.
En el verano de 1955, Encarnita Ortega se ausenta de Roma. Escrivá llama a Helena Serrano y a Tere Zumalde:
- A ver qué os parece: he pensado que podríais darle una sorpresa a Encarnita si, aprovechando los días que está fuera, pintáis y decoráis su despacho...¡Está tan pobretón y tan triste! Le dais color, lo alegráis, le colgáis unos cuadros, le ponéis algún detalle simpático... Hijas, no es un capricho del Padre: es un pequeño gesto de justicia. Vosotras, al llegar a Casa, os lo habéis encontrado prácticamente todo hecho. Pero vuestras hermanas mayores, ¡pobreticas!, han tenido privaciones de todo tipo: han carecido de ropa, de muebles, de comodidades...; han pasado hambre y frío...; han trabajado como borricos de carga, por sacar la Obra adelante. ¿No es justo que ahora se encuentren con algo un poco agradable? ¿Lo haréis? ¿Verdad que lo haréis, poniendo todo vuestro cariño?.
Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.