Página inicio

-

Agenda

1 septiembre 2025

San Josemaría hoy: 1936. Abandonan la casa de los Sáinz

Juan es el primero que baja despacio la escalera y llama en la puerta del piso superior. Abre Mercedes Conde-Luque, una de las hijas de los Condes de Leyva:
-«¿Me daría un poco de agua?»
Está absolutamente cubierto de polvo negro. En la casa ya todos han supuesto que un grupo ha conseguido escapar al registro y se encuentra, todavía, oculto en la buhardilla.
-«Pero, pasa, pasa»
-«Estamos tres arriba»
-«Pues bajad inmediatamente»
Y así se refugian hoy en esta generosa hospitalidad que el Padre agradecerá para siempre. La Condesa les presta ropa de su marido, mientras lava la que don Josemaría y los demás han llevado puesta.
Están casi deshidratados. El Padre, levantando un vaso, comenta:
-«Hasta hoy no he sabido lo que vale un vaso de agua».
Aquí permanecerán dos noches y un día. Pero el lugar no puede ser más peligroso para quien les acoge y para el grupo refugiado. Salen el 1 de septiembre, muy de mañana, uno por uno, eludiendo la vigilancia constante del portero. Pero consiguen llegar hasta la calle sin tropiezos.
De nuevo el Fundador, sin documentación alguna, anda por Madrid esquivando un peligro que puede surgir en cada esquina. Tiene que solicitar hospitalidad de la familia González Barredo, en la calle Caracas. Cuando llega, se encuentra agotado. Apenas puede dar un paso.
Mientras tanto, Álvaro del Portillo ha logrado encontrar un piso desocupado en la calle de Serrano. Allí está escondido con su hermano Pepe. El inmueble es de unos amigos y se encuentra, aparentemente, protegido por la bandera argentina. Unos colores blancos y azules campean sobre una ventana por todo salvoconducto.
Un día, Álvaro tiene la curiosidad, peligrosa, de averiguar si continúa su nombre en la nómina del Ministerio de Obras Públicas. Es una locura salir por Madrid y acercarse a un organismo oficial, pero no lo piensa demasiado. Llega a las oficinas de la Confederación Hidrográfica del Tajo, habla con el encargado y, efectivamente, puede cobrar sus mensualidades atrasadas. Cuando abandona el edificio, pasa cerca de la Plaza de Alonso Martínez. Y piensa: «¡Esto hay que celebrarlo!». No se le ocurre otra cosa que sentarse en la terraza del bar La Mezquita a tomar una cerveza. Cualquiera dedos milicianos que frecuentan el bar puede solicitar su documentación y encarcelarle inmediatamente. Pero sigue allí, a la vista pública, después de haber abandonado su escondite temporal. De pronto, ve acercarse a don Álvaro González, padre de José María González Barredo. Viene corriendo hacia él, nerviosísimo.
-«¡Gracias a Dios que le encuentro! ¿Sabe quién está en mi casa? ¡El Padre! Me ha pedido que le dejase descansar un momento, porque no puede más, no se tiene en pie. Pero resulta que el portero no es de confianza, y si se ha dado cuenta estamos todos en peligro».
Sobre el Fundador pesa más la preocupación constante por todos los miembros de la Obra que su propia seguridad personal. Les recuerda intensamente, uno por uno, durante este tiempo de zozobra. Es imposible celebrar la Santa Misa, pero reza sin descanso. Sufre por la persecución de la Iglesia, por el odio incontrolado que domina las situaciones, por la confusión que reina en el país. No puede conciliar el sueño pensando en aquellos que andan dispersos por refugios, cárceles y campos de batalla. A esto se une el agotamiento físico: carece de alimentos, de ropa, de un techo al que acogerse. Álvaro no duda un momento:
-«Pues que se venga conmigo».
-«Voy a recogerle enseguida».
Pocos minutos más tarde, Álvaro se encuentra con el Padre. Le lleva hasta el refugio de la calle de Serrano, junto a la Dirección General de Seguridad. Pocos días más tarde llegará, también, Juan Jiménez Vargas.
Durante casi un mes, este grupo vivirá en un obligado encierro. A pesar de las circunstancias, aprovechan bien el tiempo. Trabajan y rezan por la solución de la guerra civil que ha dividido el país en odio inconciliable, por la Iglesia y por la Obra. Piensan en el futuro sin el menor desaliento.
Ana Sastre, Tiempo de caminar. Rialp, Madrid, 1990, 2ª ed.