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5 agosto 2025

San Josemaría hoy: 1958. Tú no puedes... pero Yo sí

Por ello, cada vez que en ese "juego divino" el hombre fiel y fiado de Dios se extenúa, se cansa, llega a sus límites, se siente impotente y exclama "¡ya no puedo más!", Dios interviene, Dios se hace notar, Dios mueve sus fichas, Dios hace su jugada.
Así ocurrirá en agosto de 1958, cuando, "pateándose" Escrivá la City de Londres, se sienta abrumado en aquella heterogénea y ajetreada encrucijada del mundo... Mira los edificios cargados de historia, el tráfico incesante, las gentes de todas las razas y todas las lenguas que cruzan las calles deprisa, en silencio, sin mirarse, abstraído cada cual en la madriguera de su egoísmo... Se admira y se desconcierta. No encuentra rastro de Dios por ninguna parte. Le parece que todo está por hacer. Se ve sin recursos, sin fuerzas, sin saber ni cómo, ni por dónde, ni con quién iniciar el diálogo... Por sus mejillas se descuelga la triste y heladora caricia del desaliento. Se le cae el alma a los pies. Hecho trizas, se vuelve a Dios desde el cuajo del corazón y le dice: "Esto se te ha escapado de las manos... Londres es mucho Londres... ¡Yo no puedo, Señor, yo no puedo!".
Y es entonces cuando Dios entra en el juego. No ha dejado de estar nunca, pero ahora va a hacerse sentir: "Tú no puedes... pero Yo sí".
Aún impresionado y conmovido, ya de vuelta en Roma, lo contará el propio Escrivá:
- Me encontraba hace poco más de un mes en un nación a la que quiero mucho. Allí pululan las sectas y las herejías, y reina una gran indiferencia ante las cosas de Dios. Al considerar ese panorama me desconcerté y me sentí incapaz, impotente: Josemaría, aquí no puedes hacer nada. Estaba en lo justo: yo solo no lograría ningún resultado; sin Dios, no alcanzaría a levantar ni una paja del suelo. Toda la pobre ineficacia mía estaba tan patente, que casi me puse triste; y eso es malo. ¿Que se entristezca un hijo de Dios?. Puede estar cansado, porque tira del carro como un borrico fiel; pero triste, no. ¡Es mala cosa la tristeza!.
De pronto, en medio de una calle por la que iban y venían gentes de todas las partes del mundo, dentro de mí, en el fondo de mi corazón, sentí la eficacia del brazo de Dios: tú no puedes nada, pero Yo lo puedo todo; tú eres la ineptitud, pero Yo soy la Omnipotencia. Yo estaré contigo, y ¡habrá eficacia!, ¡llevaremos las almas a la felicidad, a la unidad, al camino del Señor, a la salvación! ¡También aquí sembraremos paz y alegría abundantes!

Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.