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11 agosto 2025

San Josemaría hoy: 1955. El sigilo sacramental

Otro aspecto de lo sacerdotal en el que insiste es el de la potestad para perdonar los pecados y, entrañado con esa facultad, el sigilo sacramental, que va mucho más allá del secreto natural o del silencio de oficio, y que sella con un lacre indeleble los labios del sacerdote, hasta después de su muerte. Por virtud de este hermético sigilo, un sacerdote viene a ser como la caja fuerte de seguridad de las conciencias que se le han confiado, la inviolable caja de caudales de las intimidades del alma que se le abren en la confesión. Secreto obligante éste, que acompañará al confesor... hasta la tumba.
Entre las notas tomadas por Javier Echevarría, que vive 25 años en Roma, junto a Escrivá de Balaguer, algunas se refieren a este punto, punto fuerte, onus et honor, carga y honor, del sigilo de la confesión:
"Todos hemos experimentado una alegría muy grande, cuando estamos con alguna preocupación, y hemos podido abrir el alma con un amigo, bien preparado, que nos escucha con cariño y nos aconseja. Nos fiamos de él, seguros de que no hablará de lo que nos preocupaba, porque le hemos mostrado esa confianza de abrir nuestra alma. Además, como es amigo con doctrina, sabe que está obligado a guardar ese secreto natural. Pues, si eso nos ocurre con un amigo bueno de la tierra, pensad qué paz y qué alegría nos dará confiarnos con el Amigo, en la confesión, porque Jesús nos comprende, nos ayuda, nos resuelve los problemas y, además nos perdona. Y el secreto de nuestra confidencia en la confesión es todavía más absoluto: se queda entre Él y la persona que le habla. ¡Bendito mil veces el sigilo sacramental! Yo os aseguro que todos los sacerdotes del mundo lo guardan celosamente y lo aman, porque así lo quiere Dios (...) Es bueno pensar que las penas gravísimas que ha puesto la Iglesia para el que lo viola son algo muy justo. A mí, esas penas, más que al temor, me llevan a afinar en cuidar todo lo que se refiere a la confesión, porque me hacen pensar que el Señor ha querido que seamos tan delicados en nuestro modo de actuar que, ni siquiera de lejos, se roce lo que hemos oído en la confesión", decía en agosto de 1955.

Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.