Página inicio

-

Agenda

4 julio 2025

San Josemaría hoy: 1950. Su gran humildad

Otra hija suya empieza a contarle que ha estado con el Cardenal Casariego y, en cierto momento de la conversación, el prelado le ha dicho: "Rece usted, para que yo sea la mitad de santo que monseñor Escrivá". Zanja el relato en seco, con energía: "¡No, hija mía! ¡En eso, no le hagas caso!".
Al regresar un día del Vaticano, después de la que sería su última entrevista con Pablo VI, Escrivá llega a casa muy serio, con expresión apenada. Álvaro del Portillo nota que algo ha sucedido. Le pregunta, pero respeta el silencio del Padre. Sólo al cabo de algún tiempo le contará lo que había ocurrido: En plena conversación, Pablo VI se había detenido de repente exclamando:
- ¡Usted es un santo!
La respuesta de Escrivá fue una protesta espontánea, sincera, vivaz:
- Aquí, en la tierra, no hay más que un santo: el Santo Padre. Los demás somos todos pecadores.
Ese comentario del Papa era lo que empapaba su alma de tristeza.
Desde su realismo humilde, se siente en todo momento muy lejos del endiosamiento al que aspira. Sabe que es un hombre que lucha con denuedo y sin rutina, estrenando cada jornada una lucha nueva, en un constante "ahora empiezo": nunc coepi, es la expresión que utiliza. Pero, porque se exige, jamás se entretiene en la autocomplacencia.
Un general argentino acude con su esposa a visitarle en Villa Tevere, un día de octubre de 1964. En cierto momento de la entrevista, Escrivá les hace esta confidencia:
- Por las noches, en la tribuna de mi cuarto de trabajo, desde donde veo el sagrario del oratorio, le digo al Señor, que es mi General: "Soy un soldado, un pequeño soldado tuyo, en esta guerra de paz. Y, como soldado, en el día de hoy he luchado, pero... Josemaría no está contento con Josemaría".
Esa misma humildad veraz le resguarda de cualquier desorientación. Ni la injuria le abate, ni la alabanza le envanece. Tiene, en cualquier ocasión, un sentido cabal de quién es él, sin padecer jamás esas que llaman "crisis de identidad".
En julio de 1950, hablando de los comentarios, buenos y malos, que desde hace tiempo han circulado sobre su persona, afirma:
- Unos decían que era un santo; y no es verdad, porque soy un pecador. Otros decían que era un diablo; y tampoco tenían razón, porque soy un hijo de Dios.
Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.