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Durante su catequesis en América, un joven miembro de la Obra le habla de las dificultades con que su madre trata de obstaculizar su perseverancia, arguyendo que el muchacho debe antes "probar otras cosas, conocer más la vida, gustar el amor humano, para asegurarse y elegir". Escrivá responde decidido, sin vacilar:
- Se me vienen a la memoria unos versos de Cervantes: que es de vidrio la mujer,/ pero no debes probar/ si se puede o no quebrar,/ que todo podría ser."
De manera que no pruebe si te puedes quebrar. ¡Que te deje tranquilo! Mamá ahí está equivocada. Debe desear que tú no hagas probatinas, que son ofensas a Dios. Si no te deja en paz, perderá ella su paz, enredará su conciencia y pondrá su vida eterna en compromiso... Hijo mío, quiere mucho a tu mamá. Llévale la contraria decididamente, pero de un modo amable y sonriente. Porque en eso, la pobre, está equivocada.
Las personas de la Obra, desde el instante en que libérrimamente deciden seguir las exigencias de su vocación, entienden y aceptan que, en ocasiones, tendrán que cambiar de lugar de residencia, yéndose a vivir a otra ciudad o incluso a otro país, permaneciendo allí quizá muchos años. No es nada extraño: lo mismo hacen, por razones de trabajo o de negocio, tantas otras personas. Refiriéndose a esto, comenta Escrivá un día de julio de 1960:
- A los parientes y amigos de las almas dedicadas al servicio de Dios, les debe parecer lógico y edificante comprobar la realidad de esa entrega; al ver, por ejemplo, que no abandonan sus tareas apostólicas o su lugar de trabajo -sobre todo, si este lugar es lejano- para participar en determinados acontecimientos o sucesos familiares, que ocasionarían gastos que un padre de familia numerosa y pobre no se podría permitir.
Y ése es el criterio: lo que haría o lo que no haría un padre o una madre de familia numerosa y pobre. Y junto a ello, en razón de las justas demandas del dulcísimo precepto, "cuando los padres necesitan algo que no se opone a nuestra vocación, nos apresuramos a dárselo: porque los tenemos como parte muy amada del Opus Dei (...) os he inculcado siempre que queráis mucho a vuestros padres, y he dispuesto que mis hijos estén junto a ellos cuando dejan la tierra, y que sepáis acercarlos al calor de la Obra, que es acercarlos a Dios. Y siempre que sea necesario, la Obra se ocupa de atenderlos espiritual y materialmente".
Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.