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El 29 de julio volvió el Padre con los suyos, don Álvaro y Salvador Canals, a Fiuggi, para seguir colaborando con el P. Larraona, a fin de evitar que en los documentos se deslizaran inexactitudes perjudiciales al Opus Dei. Allí se acabó de redactar el proyecto normativo que traía entre manos, del cual saldría la Constitución Apostólica Provida Mater Ecclesia. Como reconoció el mismo P. Larraona: «se ha hecho en pocos meses la labor que se hubiera terminado dentro de varios años, si se hacía». Entre la multitud de ideas aportadas por el Fundador, para ser incorporadas a ese documento base, está el nombre que se daría a las formas nuevas.
Aun engolfado en ese intenso trabajo, el Padre vivía pendiente de toda la Obra, pensando a todas horas en sus hijas y en sus hijos, a los que por carta daba encargos no fáciles de cumplir, como era el hacerse con dinero para adquirir una casa en Roma. Que el Padre no era de los que buscan quien les saque las castañas del fuego, superfluo es recordarlo, porque estaba decidido a ir a Madrid para ocuparse personalmente de esa cuestión, una vez resuelto el Decretum laudis:
Si es necesario —escribe a los del Consejo— (mejor, que no lo fuera), después de la audiencia con el Sto. Padre y de obtener el documento que sabéis, iré yo a Madrid para insistir y salir con la nuestra, es decir, con la de Dios.
El Padre, sin hacer literatura, aprovechaba el papel para redactar una larga lista de recomendaciones y consejos de todo tipo, importantes o menudos, a sus hijas y a sus hijos. En Roma recogían por entonces los frutos de una siembra de instancias y peticiones, hechas semanas antes a la Sagrada Penitenciaría. Al Padre le hizo mucha ilusión el que concediesen el privilegio de que también los seglares pudieran purificar los lienzos eucarísticos, pues era ocasión de manifestar la delicadeza con Jesús Sacramentado. Y se apresuró a escribir a uno de los sacerdotes de la Obra, para que se lo comunicase a sus hijas y empezasen a usar del privilegio: ¡Vaya notición!: ya pueden purificar los corporales, purificadores y palias.
Quizás esperase de sus hijas unas líneas de agradecimiento:
Que me digan algo —suplica el Padre— de lo que les ha parecido el privilegio de purificar..., porque están más calladas que un pez.
Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei (vol. III). Rialp, Madrid, 2003.