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Escrivá acusa este verano una alarmante pérdida de visión, sobre todo en el ojo derecho. Al principio, piensa que es algo transitorio y no dice nada. Pero, como transcurren varios días y la dificultad continúa, se lo comenta a Del Portillo y a Echevarría:
- Me cuesta mucho leer, porque apenas veo. Con frecuencia la visión se me queda como borrosa, como difuminada. Y cuando más lo noto es celebrando la Santa Misa. Pienso que convendría resolverlo ¿no?, que me vea un oculista... Y, mientras tanto, ¡paciencia y buen humor! De momento, procuraré trabajar y leer. Y el día que no pueda, ofreceré al Señor esa molestia, esa limitación.
El 28 de julio van a Milán. Conduce el coche el doctor Calogero Crocchiolo, médico y miembro del Opus Dei. Aparcan junto al número 7 de la calle Corso di Porta Vittoria. Allí está el estudio médico del oculista, profesor Romagnoli. Tienen cita con él.
Romagnoli le hace una revisión en profundidad. Le dilata la pupila y le mira el fondo de ojo. La habitación está en penumbra. Todos, en silencio. Romagnoli se sienta muy cerca de Escrivá. Enciende el haz de luz del oftalmoscopio y lo dirige hacia uno de los ojos del paciente. Mientras explora, las mejillas de uno y otro casi se rozan. Se siente la proximidad del aliento.
- Scusi, monsignore, ma bisogna trovare il óttimo punto di mira... para ver cómo están organizadas esas cataratas que se le están formando.
- Il óttimo punto di mira! Yo le pido a Dios, en este mismo momento, que usted y yo tengamos siempre un buen sentido sobrenatural: que ése sea nuestro "punto de mira". Así enfocaremos todas las cosas como Dios quiere: para su gloria.
Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.