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La casa de Sant'Ambrogio Olona es una villa de tres pisos. Tiene un jardín francés, muy cultivado, de rosaledas y estrechos caminillos bordeando las orlas geométricas que forman los setos de boj. Un jardín para admirar de lejos; pero tan perfectamente cuidado que cohíbe andar por él. Frente a la casa hay una explanada. Muchas tardes, Escrivá pasará ahí un rato de tertulia con sus hijas que, como otros años, se encargan de la administración. Han venido también Begoña Múgica, Dora del Hoyo y Rosalía López. Se les ha incorporado una aragonesa, rubia y de ojos muy azules: María José Monterde.
El 18 de julio, nada más llegar, Escrivá les pregunta:
- ¿Habéis pensado qué horario vamos a seguir?
- Si le parece bien, podríamos hacer, más o menos, como en Roma...
- Lo que a vosotras os venga mejor. Organizadlo y nos lo pasáis por escrito.
Al poco, María José le entrega una cuartilla donde -como acostumbran- han marcado las horas de desayuno, comida, merienda y cena; las que necesitarán para hacer la limpieza de la casa y que, por tanto, ellos deben dedicar a pasear por fuera de la finca, dejando libre la zona; y también unos tiempos en los que ellas puedan utilizar el oratorio, sin coincidir juntos.
Escrivá lo lee despacio. Hace ademán de devolver el papel, sin alterar ni un solo minuto de lo que sus hijas proponen. Pero entonces pide una pluma. Se apoya sobre la mesa del comedor, donde están, y escribe con fuerza: "¡No os matéis limpiando!"
Más adelante, en distintos momentos, les dirá:
- Aprovechad estos días aquí, para cambiar de aires y de ambiente. no os compliquéis con el trabajo de la casa. No os metáis a dar cera y a hacer limpiezas extraordinarias. ¡Está todo muy limpio! A ver si sacáis algunos ratos, para que salgáis y os distraigáis un poco... ¡Me daríais una gran alegría!
Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.