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19 junio 2025

San Josemaría hoy: 1927. En la residencia de la calle Larra

Don Josemaría vivía en la calle Larra, a pocos minutos del Patronato. Muy pronto, siguiendo el ejemplo de los jóvenes residentes, se fue encargando de pequeños arreglos y de multitud de gestiones en servicio de sus compañeros. A las pocas semanas de estar allí comenzaron las vacaciones de verano y algunos de los sacerdotes se ausentaron de Madrid. En el verano de 1927 quedaron pocos residentes estables, mientras que aparecían, con frecuencia, clérigos de paso por Madrid, que se detenían por breves días en la calle Larra. Uno de estos visitantes era don Joaquín María de Ayala, que pasó cuatro días en la residencia, del 15 al 19 de junio. Cuando a finales de mes tuvo que pedir un favor a alguien en Madrid, pensó en la bondadosa disposición de servicio de aquel simpático sacerdote aragonés que había conocido en la calle Larra. Don Joaquín era Rector del seminario de Cuenca y, por su cargo y edad, clérigo de prestigio que podía, familiarmente, pedir un favor al joven sacerdote. Había sido antes canónigo doctoral y esto se echa de ver en la carta que, desde Alange (Badajoz) dirige a don Josemaría, con fecha 30 de junio. Empieza remontándose, con una inspirada invocación, a la omnipotente virtud de la bondad y a sus anchos horizontes, para descender luego del proemio de alabanzas a los "inconvenientes" de la virtud: «Uno es el abuso que de ella pueden hacer aquellos con quienes se ejercita. Y la prueba se la dará esta carta. Extremó V. su bondad conmigo cuando tuve el gusto de convivir con V. con ocasión del Congreso Franciscano, y voy a abusar de ella».
Hecho el introito, pasa a solicitar la recogida de una sotana que ha dejado en Madrid para que arreglasen el cuello, y cuyo paradero hay que averiguar. Y, puesto a demandar favores, ruega a don Josemaría que le compre unas piedrecillas de encendedor, que no puede adquirir en Cuenca. Cierra la carta con saludos a los residentes, «especialmente a los Benjamines, Sres. Plans y Pensado».
Nada se sabe de Plans y poco de don Antonio Pensado, que, con la amenaza del Obispo de Madrid a los talones, se volvió a Santiago de Compostela, desde donde escribió el 30 de julio a su amigo don Josemaría. En la carta le rogaba que dijese a doña Aurora —la encargada de la administración de la residencia—, que ya había hecho la recomendación solicitada. Se dirigía a él por tener la seguridad de que pasaría allí el verano: «Supongo que en esa casa —le escribe— estarás casi solo porque ya se habrán marchado los del veraneo, sin embargo los de paso habrán aumentado».

Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei (vol. I). Rialp, Madrid, 1998, 3ª ed.