-
Durante el año académico de 1923-24, Josemaría Escrivá se matricula de varias asignaturas correspondientes a los cursos preparatorio, primero, segundo y tercero, en la Facultad de Derecho. Atiende, con responsabilidad, las obligaciones que, como Inspector del Seminario, le competen; concluye su quinto curso de Teología en la Universidad Pontificia(10). El 14 de junio de 1924 y en la iglesia del Real Seminario de San Carlos, recibe el Subdiaconado de manos de don Miguel de los Santos Díaz Gómara, Obispo titular de Tagora.
En el verano de 1924 continúa estudiando con intensidad, y consigue examinarse, en septiembre, de siete asignaturas de Leyes; y en algunas de ellas, como el Derecho Romano y el Canónico, obtiene Matrícula de Honor. Le gusta la vida universitaria. Es ésta una vocación que no le abandonará nunca: el apostolado entre los estudiantes será una de sus apasionadas dedicaciones. Los alumnos que coinciden con él recordarán su presencia con el traje talar, adecuado a su condición: sotana, manteo y teja. Pero su imagen está siempre adscrita a la de los grupos de estudiantes que se reúnen, en los minutos de descanso, a charlar en el patio de la Facultad, en los pasillos o a la puerta de las aulas. Comparte sus inquietudes, participa de sus conversaciones y sabe cultivar la amistad de todos. También la de algunos que se manifiestan ideológicamente hostiles, solamente por su condición de clérigo. En broma, alguna vez, le llegan a preguntar:
-«¿Por qué no te vas con los curas?».
-«Porque quiero estar con vosotros».
No sermonea ni moraliza, pero su presencia infunde el respeto necesario. Sabe reír, disculpar, cortar una situación molesta con gracia. Y esto hace su compañía agradable y cordial.
Nadie adivinaría, sin pararse en una consideración más profunda, que este joven seminarista, alegre y buen estudiante, pasa muchos ratos junto al Altar Mayor de la iglesia de San Carlos; que acude, sin falta, a su cita diaria con la Virgen Patrona de la ciudad aragonesa; y que en su interior se enciende el fuego apostólico cuando convive la jornada cotidiana con sus compañeros de estudios. Desea extender el amor de Jesucristo a todas las almas, alimentar el entusiasmo de aquellos corazones que le rodean; hablar de la llamada y el barrunto de amor que no le cabe dentro. Y, en la intimidad con Dios, sigue diciendo: “Ut videam!... ut videam”! Que tenga luz para saber el qué y el cómo de aquella insinuación divina que le ha llevado al Seminario y al sacerdocio. De esta etapa es una imagen de la Virgen del Pilar, una escayola de reproducción popular, que pertenece a su tío Carlos Albás, y que le ha permitido grabar, en la base y con un clavo: «”Domina, ut sit”! Señora, que sea». Palabras que resumen la petición y afirmación de su entrega.
Ana Sastre, Tiempo de caminar. Rialp, Madrid, 1990, 2ª ed.