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9 mayo 2025

San Josemaría hoy: 1960. Les habla de la muerte

Cuando Josemaría es un joven sacerdote y escribe aquellos puntos de Camino que él con buen humor llama "gaiticas". Ya deja entrever lo costoso que puede resultarse quedar al final de su vida "varado" en el lecho de una larga enfermedad: "Me hablas de morir 'heroicamente'.- ¿No te parece más 'heroico' morir inadvertido, en una buena cama, como un burgués..., pero de mal de Amor?".
Entiende y acepta que esa normalidad "de morir en la cama" es lo más congruente con la espiritualidad del Opus Dei que no pide a su gente vocación de mártires, ni vocación de héroes. Pero él preferiría una muerte rápida, a ser posible, en activo. Trabajando. En el tajo. Así se lo dice, un día de mayo de 1960 a sus hijos:
-Yo le pido a Dios que me pueda vestir hasta el último día. Más razonable es -también para el espíritu del Opus Dei- que me muera tranquilo, en la cama, como un buen burgués... Pero por mi gusto, ¡hasta con los zapatos!.
Y así será, Josemaría vivirá su última jornada con una actividad madrugadora, intensa, cronometrada, sin pausas. Y morirá como deseaba. De pie, con los zapatos puestos y en el cuarto de trabajo.
Ese día final, el 26 de junio de 1975, se levanta muy temprano, como siempre. Se viste la sotana nueva, porque piensa salir de casa. Hace media hora de oración, como acostumbra cada mañana. Le cuadran hoy y siempre las palabras del Mio Cid: La oración fecha cabalgaba. Ese es el arranque de su quehacer.
A las 7,53 celebra la Virgen -en honor de la Virgen María-, ante un retablo bellísimo de alabastro que representa a la Trinidad. Javier Echevarría le ayuda. Después de la acción de gracias, el desayuno frugal, con Álvaro y Javier, ojeando la prensa. Habla con dos hijos suyos, miembros del Consejo General -el sacerdote Francisco Vives- y el seglar Giuseppe Monteni- y les encarga que visiten al Doctor Ugo Piazza, un médico italiano muy amigo de Pablo VI que está gravemente enfermo y desea hacer llegar a Escrivá algunas noticias. El Padre les confía, para que se lo digan a ese médico que "todos los días, desde hace años, ofrezco la Santa Misa por la Iglesia y por el papa. Podéis asegurarle -porque me lo habéis oído decir muchas veces- que he ofrecido mi vida por el Papa, cualquiera que sea". No es un hablar por hablar: Josemaría ha ofrecido su vida por el Papa esa misma mañana, con la emoción y la tersura de la primera vez.
A continuación, por el telefonillo interior, da el mismo recado a Carmen Ramos, con la encomienda de que intente localizar a la hija del Doctor Piazza.
A las 9,35 sale -con del Portillo y Echevarría- hacia Castellgandolfo. Conduce el automóvil Javier Cotelo. Aunque es temprano, por la carretera aprieta ya el calor. Rezan una parte del Rosario. Después hilvanan una conversación entretenida. Cotelo cuenta "hazañas" de unos sobrinos suyos que acaban de pasar por Roma.
A las 10,30 llegan a Villa delle Rose. El Padre quiere despedirse de sus hijas -licenciadas de muy diversos países que cursan estudios en el Colegio Romano de Santa María-, porque tiene previsto viajar a Asturias dentro de dos días.
En cuanto esté con ellas les dirá:
-Tenía muchas ganas de venir. Estamos terminando estos días de estancia en Roma, para acabar unas cosas pendientes. De modo que ya para los demás no estoy: sólo para vosotras.
Unas frases que parecen triviales; pero que, asombrosamente, resisten una relectura, palabra a palabra, a la luz del inesperado desenlace que tendrán los hechos esa misma mañana.
En Villa delle Rose, en el sogiorno que llaman "de los abanicos", se reúnen para tener un rato de tertulia. A Escrivá le gusta cómo ha quedado esa sala, porque, sin ningún lujo, tiene cierto aire distinguido y, a la vez, muy familiar.

Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.