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Un día de 1968, en Roma, se lo explica así a una universitaria italiana, que le ha preguntado el modo de conciliar la humildad con el aplomo y con el complejo de superioridad que un cristiano necesita para remover el mundo:
- Mira, hija mía, yo tengo tres doctorados... y soy viejo... luego, algo tengo que saber. Pero, cuando me presento delante de Dios, reconozco que soy un borriquillo. Frente a Dios no sé nada, no valgo nada, no puedo nada... Él, en cambio, es Sabiduría, Potencia suma...¡y es mi Padre! Sin Él, tengo un gran "complejo de inferioridad". Pero con Él, con su ayuda ¡lo puedo todo! Soy hijo suyo, y tengo su Sabiduría, su Poder. Y digo con San Pablo: omnia possum in eo qui me confortat, todo lo puedo en Aquel que me da fuerzas.
Tengo este "complejo de superioridad" para servir, para servir a los demás, sin que se note, sin hacer sentir este servicio, este trabajo, y por amor de Dios. El "complejo de superioridad" es una manifestación clarísima de humildad: sin Dios no puedo hacer nada; con Él puedo ¡todo lo que es bello, luminoso, grande...!
Tiene, sin fingimientos, un pobre concepto de sí. Se considera "instrumento inepto, ciego, sordo", "un pecador que vive entre santos", "un bobo muy grande, que no acaba de aprender las lecciones que Dios le da", "un principiante", "un niño que balbucea", "un cero", "nada...¡la nada!"
Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.
Locución “Si Deus nobiscum, quis contra nos?” en 1970
Porque en la Iglesia "acabe el tiempo de la prueba", Escrivá ha ofrecido su vida: "Uníos a mí en la Misa, en la oración, durante el día entero... que yo estoy siempre pendiente de Dios: estoy más fuera de la tierra que en la tierra", pedirá a sus hijos.
El 8 de mayo de 1970 ha percibido en su corazón y en su mente otra de esas locuciones internas pero bien sonoras: "Si Dios con nosotros, ¿quién contra nosotros?" (Si Deus nobiscum, quis contra nos?).
Repitió y paladeó esas palabras, como si las escuchase por primera vez. Sabía que eran un incisivo fragmento de San Pablo a los Romanos. Sin embargo, para él habían sonado como un mensaje nuevo, novísimo... ¿Por qué? Fue entonces a buscar el texto de San Pablo y reparó en que lo que él acababa de oir -y aún seguía oyendo en su alma- no era exactamente igual a lo que estaba escrito en la Epístola a los Romanos: Si Deus pro nobis, quis contra nos? Esa diferencia, esa variación -nobiscum, en lugar de pro nobis- indicaba que no era su subconsciente "repitiendo" mecánicamente algo meditado muchas veces antes. No. Una voluntad ajena a la suya había querido expresar eso... y no lo otro: nobiscum, y no pro nobis. Así de sencilla y así de incontestable es la prueba que distingue un episodio psicológico de un suceso sobrenatural.
Ahora, ante el clama, ne cesses!, sobrevenido como un aldabonazo en la puerta cuando no se espera a nadie, Josemaría se estremece -porque lo sobrenatural siempre impresiona y hasta atemoriza-, pero enseguida se siente anegado de paz: Dios, como tantas y tantas veces, le está llevando la mano y le está diciendo, al oído del alma, lo que tiene que hacer.
Viaja a México, ese mismo mes de mayo, con una finalidad exclusiva: rezar, penitentemente, ante la Virgen Guadalupana. Durante nueve días acude a la Villa y, arrodillado ante la Virgen morena, pasa horas y horas, pidiéndole con urgencia: "¡muestra que eres Madre!". Y con exigencia: "¡no puedes dejar de oirnos!". Había recorrido casi todos los santuarios marianos de Europa, rezando por la Iglesia y por la Obra: Lourdes, Sonsoles, El Pilar, La Merced, Fátima, Loreto, Salus Pópuli Romani, Einsiedeln, María Pötsch, Notre-Dame, Willesden...
PILAR URBANO, El hombre de Villa Tévere.