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5 mayo 2025

San Josemaría hoy: 1972. ¡Cómo cuida a los enfermos!

Mayo de 1972. Mercedes Morado acaba de decirle al Padre que a Sofía Varvaro, una joven italiana de la Obra, le han diagnosticado un cáncer y los médicos estiman que vivirá muy poco tiempo: los meses que su cuerpo resista. Escrivá, enseguida, dice que quiere ir a verla.
- Padre es que Sofía está viviendo en Villino Prati, en casa de Tía Carmen... y ocupa las mismas habitaciones que ella utilizó en los últimos tiempos.
Tía Carmen era Carmen Escrivá de Balaguer, la hermana del Fundador del Opus Dei. Vinculada de por vida y con todo su corazón a las vicisitudes de la Obra, sin pertenecer nunca a la Obra, se ocupó de las tareas de la administración doméstica antes de que lo hicieran las mujeres. Puso su cariño, su recia ternura y su pletórica personalidad al servicio del Opus Dei, dando a los primeros Centros un inconfundible aire de familia.
De un modo entrañable y espontáneo, la han llamado siempre Tía Carmen. Y, con la convicción de que esa abnegada mujer constituye un sillar en la historia íntima de la Obra, a su muerte, ocurrida el 20 de junio de 1957, se le dio sepultura en Villa Tevere, en la sottocripta de la sede central, cabeza y corazón del Opus Dei.
Ahora, Escrivá rememora los dolorosos momentos de la muerte de su hermana y el entierro, desde el villino, el hotelito de Via degli Scipioni 276, hasta Villa Tevere.
- Ya sabéis que yo había dicho que no quería volver por aquella casa..., y no he vuelto desde entonces...¡Son tantos recuerdos! Pero una hija es más que una hermana. No puedo dejar que Sofía se nos marche, sin verla y sin decirle unas palabricas de consuelo.
Pocos días después, el Padre va a Villino Prati en Via degli Scipioni. Le acompaña don Javier Echevarría. En el vestíbulo esperan Teresa Acerbis e Iziar Zumalde. Ya por el pasillo, inicia la conversación con la enferma:
- ¡Sofía!...figlia mia!
Al llegar a la habitación, le entrega una estampa de la Santísima Trinidad en la que, al dorso, con su letra amplia y vigorosa ha escrito una breve oración.
- ¿Te leo lo que pone? ¿Quieres tú ir repitiéndolo conmigo? "Señor, Dios mío: en tus manos abandono lo pasado y lo presente y lo futuro, lo pequeño y lo grande, lo poco y lo mucho, lo temporal y lo eterno".
Luego la anima a estar contenta, a ser sencilla como un niño y dejarse cuidar, a tomar los calmantes que necesite y a pedir su curación:
- Porque en Italia sois pocas aún, teniendo en cuenta la labor que hay por delante... Y sería demasiado cómodo irse al Paraíso. ¡Aquí hay todavía mucho trabajo!... Aunque, para nosotros, el trabajo más importante es hacer en todo la voluntad de Dios.
- Padre, cuando me dieron la noticia de lo que tenía, mi primera reacción fue de miedo... Pero no de miedo a sufrir o a morir: miedo porque yo soy una persona muy corriente, una mezza calzetta, de poco valor... ¡y no quiero ir al Purgatorio!
- ¡Mira ésta! ¡No quiere ir al Purgatorio! No irás, hija mía, no irás. No debes tener miedo, porque el Señor está contigo. Además, así somos todos en el Opus Dei: ¡normales! El señor nos ha escogido así, y nos quiere justo porque somos gente corriente. Y tú tienes que pedir tu curación porque, así como eres, debes trabajar: nos haces falta. Tienes que ayudarnos mucho... Yo ahora me siento más fuerte, porque me apoyo en ti. Tú apóyate en mí ¡y no tengas miedo! Pero si el Señor te quiere allá arriba, nos tendrás que ayudar más aún desde el Cielo.
Después de esta visita, Escrivá sigue atento al proceso clínico de Sofía. Insiste a las que la atienden más cerca, para que se vuelquen con cuidados, con cariño y sean con ella "más que una hermana, una madre". Pide que no la dejen sola: que la ayuden, cada día, en las normas de piedad que se hacen en el Opus Dei; que le faciliten los calmantes necesarios, "para que esa hija mía no sufra de más".
Todavía va a visitarla otra vez, en una clínica privada de Roma, cuando su estado se ha agravado de modo irreversible. Antes de entrar en la habitación, habla con Teresa e Iziar:
- Sofía no tiene que darse cuenta de que sufrimos por ella... ¿Cuánto tiempo ha dicho el médico que puede estar una visita, para no fatigarla?... Pues, cuando pasen esos minutos, si yo no me he dado cuenta, me avisáis: quiero estar sólo lo que el médico permite.
Entra acompañado también de don Javier Echevarría. Le habla de asuntos espirituales, con voz suave pero animosa. En cierto momento, porque conoce bien el valor del dolor, le pide que ofrezca sus molestias y su quebranto físico "por la Iglesia, por los sacerdotes, por el Papa..."
- Sofía, ¿querrás unirte a las intenciones de mi Misa?
- Pero, Padre, yo aquí en la cama, ya no puedo asistir a la Misa...
- Tú, ahora, eres ¡una Misa constante!, hija mía... Mañana, cuando celebre, te pondré sobre la patena.
Algo después, como Sofía comenta que cada vez resiste menos y se cansa más, Escrivá le hace la señal de la cruz en la frente y se despide.
El 24 de diciembre, charlando en Villa Sacchetti con un grupo de italianas les pregunta:
- ¿Cómo sigue Sofía? Yo, todos los días, cuando llego al ofertorio de la Misa, meto en la patena a todas las hijas y los hijos míos que están enfermos o atribulados.

Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.