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10 mayo 2025

San Josemaría hoy: 1932. Obediencia a su confesor

Por entonces ya tenía el Fundador un reducido grupo de seguidores, entre ellos algunos estudiantes, a los que iba dando a conocer el espíritu de la Obra a través del comentario que les hacía de algunas de sus anotaciones. Pedro Rocamora, aquel estudiante que le ayudaba a misa en el Patronato de Enfermos, recuerda cómo algunos domingos, al atardecer, se reunía con varios jóvenes y les leía alguna página de un cuaderno con tapas de hule, o les comentaba tan sólo dos o tres breves pensamientos. De suerte que, al conservar entre aquellas notas inspiraciones divinas y pensamientos sobre su estado de alma, se veía expuesto a la posible indiscreción de quienes leían algunas páginas del cuaderno. Esto le determinó a separar, finalmente, lo que había de tratar con su confesor de las materias referentes a la Obra y a sus apostolados, según escribió el 10 de mayo de 1932:
Voy perdiendo la libertad para anotar mis cosas en estas catalinas, porque, como no se ha hecho aparte una recopilación de lo referente a la O. de D., si he de dar a conocer la O. me expongo a que se enteren de lo demás. Por eso, con la ayuda de Dios, trataré este verano de hacer ese trabajo, separando lo mío personal, que anoto para mi director y para mí.
Más de una vez consideró seriamente el pegar fuego a todos sus Apuntes íntimos; cosa que el confesor le tenía prohibido. Él mismo se daba cuenta de que el consignar esos hechos era un modo de vivir la humildad y la sencillez, aunque le costase lo que Dios bien sabía.
Hay ocasiones, bastantes —se dice a sí mismo—, en que me fastidia haber escrito o escribir las Catalinas. Las pegaría fuego, si no se me hubiera prohibido. Debo seguir: es camino de sencillez. Ya procuro despersonalizar todo lo posible.
Siguiendo el camino de la sencillez veíase obligado, por fuerza de las circunstancias, a dejar expuesto ante el mismo interesado, el p. Sánchez, las descortesías que, de vez en cuando, le venían de su confesor.
— He escrito esto con detalles —observa en una de sus catalinas, a raíz de un menosprecio recibido de su confesor—, porque, seguramente, el P. Sánchez lo ha de leer y verá que estas pequeñeces —que se presentan con relativa frecuencia— me escuecen: por eso, creo que me vienen muy bien.

Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei (vol. I). Rialp, Madrid, 1998, 3ª ed.