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30 abril 2025

San Josemaría hoy: 1938. Dice a sus hijos: estáis inaguantables

Aun dando por laudables las intenciones de sus hijos, lo cierto es que tanto le importunaban, que no le dejaban ni respirar. De manera que don Josemaría no gozaba siquiera de un mínimo de independencia para organizar su vida. Vigilaban sus mortificaciones y vigilias, y si dormía o no en el suelo. Seguían muy estrechamente el rastro de sus ayunos, indagando qué había comido y cuándo. Pedro y Paco eran auténticos sabuesos. Le vigilaban también la sed. (Esto se lo notaban en si tenía el habla resquebrajada, por la sequedad de la boca y de la garganta, o por la pronunciación pastosa de su lengua reseca). Y cuando el Padre se negaba en redondo a seguirles la corriente, volvían a la carga y tenían sus escenas, porque se extralimitaban:
Están inaguantables (sic), y me hacen comer a todas horas, después de armar unos jaleos epopéyicos... Diles tú que me dejen en paz, escribía a José María Albareda.
El 30 de abril la situación, sin duda alguna, llegó a su colmo y el Padre tuvo que parar en seco a los entrometidos. No les dio voces. No les hizo razonamientos. Simplemente, les dejó sobre la mesa una cuartilla que decía:
1/ Estoy decidido a no consentir que me mangoneéis, en cosas que tanta relación tienen con mi conciencia.
2/ No os daré nunca ninguna clase de explicación.
3/ Comeré donde me parezca y cuando me parezca: el dónde y el cuándo me lo dictará el deber.
4/ Si continuáis entrometiéndoos en esta cuestión, me veré en la penosa necesidad de ausentarme de Burgos.
5/ Lo dicho vale para las horas y modo de dormir.
Y BASTA.
NO ADMITO CONVERSACIÓN SOBRE ESTOS ASUNTOS.
Después despachó una carta a Juan que nada tenía que envidiar a la cuartilla; y en la que, entre otras cosas, le decía:
Conste que yo —aunque no tengo en Burgos Director— nada he de hacer que suponga abiertamente peligro para la salud: no puedo, sin embargo, perder de vista que no estamos jugando a hacer una cosa buena..., sino que, al cumplir la Voluntad de Dios, es menester que yo sea santo, ¡cueste lo que cueste!,... aunque costara la salud, que no costará.
Y esta decisión está tan hondamente enraizada —veo tan claro— que ninguna consideración humana debe ser obstáculo, para llevarla a efecto.
Te hablo con toda sencillez. Motivos hay: porque has convivido conmigo más que nadie, y de seguro comprendes que necesito golpes de hacha.

Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei (vol. II). Rialp, Madrid, 2002.