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27 abril 2025

San Josemaría hoy: 1954. Curación de la diabetes

Quienes han salido de accidentes mortales, después de haber perdido el conocimiento o entrado en coma, suelen referir una singular experiencia. No es infrecuente que en tales trances hayan asistido a una revisión mental de su propia vida. El fenómeno sobreviene desde dentro, cuando, al tiempo de apagarse las sensaciones del exterior, se enciende la memoria y la persona queda desconectada de las incitaciones de este mundo. Entonces, en brevísimos segundos, puede darse una a modo de representación de las etapas de nuestra vida, que contemplamos como espectadores, sabiendo que somos los protagonistas. Nada escapa entonces a la mirada. Allí están al vivo nuestras miserias y errores. Y, cuando se apaga la iluminación de la conciencia, quizás el alma haya podido arrepentirse de su vida pasada.
Algo parecido le sucedió a don Josemaría el 27 de abril de 1954, fiesta de Nuestra Señora de Monserrat. Ese día, como de costumbre, don Álvaro le inyectó, cinco o diez minutos antes de comer, una dosis inferior a la prevista por el médico. Se trataba de un nuevo tipo de insulina retardada. Bajaron al comedor y, a poco de bendecir la mesa, estando solos frente a frente, el Padre se dirigió de pronto a don Álvaro:
«¡Álvaro, la absolución! Yo no le entendí —refiere éste—, no le pude entender; permitió Dios que no le entendiese. Y entonces insistió: ¡la absolución! Y por tercera vez, en cuestión de pocos segundos todo: La absolución, ego te absolvo. Y en ese momento perdió el conocimiento. Recuerdo que primero tomó como un color rojo púrpura, y después se quedó amarillo térreo. El cuerpo, como muy pequeño.
Le di la absolución inmediatamente, e hice lo que supe: llamar al médico y meterle azúcar en la boca, forzándole con agua a que tragara, porque no reaccionaba y no se le notaba el pulso».
Cuando llegó Miguel Ángel Madurga, médico, miembro de la Obra, el Padre había ya recobrado el sentido. El shock había durado diez minutos. Miguel Ángel examinó cuidadosamente al enfermo y comprobó que había cesado todo peligro y que no existían complicaciones. Parecía que el Padre ya estaba bien. Tanto es así que el Padre comenzó inmediatamente a preocuparse por ese hijo suyo y, al enterarse de que estaba aún en ayunas, le hizo comer y, mientras, se entretuvo con él charlando tranquilamente. En todo ese rato Miguel Ángel no se dio cuenta de que el enfermo no veía.
— «Hijo mío —dijo el Padre a don Álvaro cuando se marchó el médico—, me he quedado ciego, no veo nada.
— Padre, ¿por qué no se lo ha dicho al médico?
— Para no darle un disgusto innecesario; a lo mejor esto se pasa».
Permaneció ciego durante horas. Por fin se recuperó y pudo mirarse a un espejo:
— Álvaro, hijo mío, ya sé cómo quedaré cuando esté muerto.
— «Padre, ahora está usted como una rosa», replicó éste.
En efecto, horas antes sí que tenía verdaderamente aspecto de muerto. El Señor, además, le permitió ver toda su vida, con gran rapidez, como si fuese una película.
Se puede afirmar sin duda que la historia de la diabetes, que venía padeciendo desde hacía diez años, tuvo ese día un cambio sorprendente. La situación, desde entonces, se normalizó en poco tiempo, hasta la completa desaparición –el mismo año 1954- de los trastornos metabólicos característicos de la diabetes y, por consiguiente, la supresión total del tratamiento insulínico. El especialista que le seguía, el Dr. Carlo Faelli, sitúa precisamente en el suceso que acabamos de relatar el momento clave de la curación, considerando lo que siguió como una simple consecuencia: "se curó de la diabetes –asegura- después de un ataque alérgico, bajo forma de urticaria y lipotimia" |# 199|. Después de ese ataque anafiláctico, agrega, "se halló curado de la diabetes y de sus complicaciones, sin tener ninguna otra recaída ni estar condicionado por limitaciones dietéticas. Se ha tratado de una curación científicamente inexplicable".

Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei (vol. III). Rialp, Madrid, 2003.