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11 abril 2025

San Josemaría hoy: 1939. El padre Sánchez

Ya establecido en Madrid, desde abril de 1939, busca y encuentra a su antiguo confesor, el jesuita Valentín Sánchez. Precisamente este hombre, al preguntar un día a Escrivá "¿cómo va esa obra de Dios?", sin pretenderlo dio su nombre al Opus Dei, que por entonces aún no se llamaba de ninguna manera. Reflexionando Escrivá sobre las palabras "esa obra de Dios" se dijo: "¡ya está: la Obra de Dios...Opus Dei!".
Reanuda con él la dirección espiritual, hasta el otoño de 1940 en que se ve moralmente obligado a dejarlo.
¿Qué ha ocurrido? Ha fallado el factor clave de la confianza.
Álvaro del Portillo, testigo de excepción de las dos últimas entrevistas que Josemaría Escrivá mantuvo con este sacerdote, ofrece este relato:
"En 1940 el Padre, ante la insistencia del Obispo de Madrid (Leopoldo Eijo-Garay), había preparado los documentos para la aprobación diocesana de la Obra. Como en la parte relativa al espíritu del Opus Dei no hacía sino exponer el camino ascético que el Señor le hacía recorrer, es decir, su propia vida interior, le pareció oportuno enseñar también esos documentos al P. Sánchez. El Padre siempre distinguió entre lo que se refería a la fundación del Opus Dei -materia que no competía a sus directores espirituales- y lo que afectaba a su vida espiritual. Por tanto, su intención no era la de pedir una opinión al P. Sánchez sobre el Opus Dei, sino sobre su propia vida interior. Me parece recordar que la entrevista, en la que le entregó esos documentos, tuvo lugar en septiembre de 1940.
'Unas semanas después le acompañé de nuevo a visitar a su director espiritual. El P. Sánchez, que hasta entonces siempre le había animado a ser fiel al carisma fundacional, esta vez, y con un tono bastante alterado, le dijo que la Santa Sede no aprobaría nunca la Obra. Y le citó los números de algunos cánones, para corroborar esta afirmación. Le devolvió los documentos y le despidió.
'El Padre sufrió mucho, muchísimo, en aquella entrevista; pero no perdió la paz. Reafirmó su confianza en que, como la Obra era de Dios, el Señor se encargaría de conducirla a buen puerto. Añadió también, con mansedumbre y claridad, que no podía seguir confesándose con él porque ya no le inspiraba confianza.
'Resultaba evidente que el P. Sánchez se sentía fuertemente condicionado, casi coartado, por otros. De otro modo no se puede explicar un cambio tan radical y repentino. Eran los tiempos en que se desataba una violenta persecución contra la Obra.
'Yo tomé nota de los números de los cánones que el P. Sánchez había citado. Nada más llegar a casa, comprobé con el Padre que los había citado al azar y no tenían nada que ver con la cuestión".
Con todo, entre Sánchez Ruiz y Escrivá quedaría una buena relación: el fundador del Opus Dei le guardaba gratitud por el bien que, tiempo atrás, había hecho a su alma. Y ello, porque le exigía y le trataba con dureza. Escrivá iba a verle a una casa de formación que los jesuitas tenían en el barrio madrileño de Chamartín, al norte de la ciudad y a una enorme distancia de Atocha, la zona por donde él vivía. Solía recorrer ese trayecto a pie. No pocas veces, el Padre Sánchez le hacía esperar largo rato, incluso horas, antes de recibirle.
Transcurridos muchos años, y viviendo Escrivá en Roma, durante un almuerzo con el Padre Arrupe, General de la Compañía de Jesús, en la Curia Generalicia Borgo Santo Spirito, el fundador del Opus Dei dedica un elogioso y agradecido recuerdo al P. Valentín Sánchez que ya ha fallecido, y evoca aquellas caminatas desde el Patronato de Santa Isabel hasta Chamartín y cómo, en algunas ocasiones, después del viaje y de la espera, salía un lego para anunciarle que "hoy el Padre Sánchez no podrá atenderle". Su recuerdo es bienhumorado, incluso jocoso y, desde luego, sin el menor atisbo de queja o de puntillosidad.
- Siempre consideré que aquel era un motivo bueno para formar mi alma. Así me acostumbraba a adaptarme a las circunstancias de los demás y a sumirme las impaciencias, sin alterarme para nada.
En éstas, el viejo lego que sirve la mesa, tercia inesperadamente en la conversación:
- ¡Toma! ¡Si lo sabré yo! Yo era, precisamente, el que tenía que ir a usted con ese recado tan desagradable, después de esperar una o dos horas. Recuerdo perfectísimamente bien que no fue una ni dos, sino varias veces, cuando ocurrió eso.
Y bien, desde ese otoño de 1940, cuando se ve obligado a cortar con el Padre Valentín Sánchez Ruiz, Escrivá toma como confesor a Don José María García Lahiguera que, en ese tiempo, es director espiritual del Seminario de Madrid. Desde el primer momento, le manifiesta su intención de dirigirse con algún sacerdote de la Obra, en cuanto se ordenen los primeros. Y así lo hace, cuatro años después, el 26 de junio de 1944, al día siguiente de la ordenación, como presbíteros, de los ingenieros Del Portillo, Múzquiz y Hernández de Garnica.

Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.