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3 marzo 2025

San Josemaría hoy: 1949. ¿Cómo deberé hablar al Padre?

Agostino Doná, Roberto Dotta, Firmina F. Ferreira, Rainer Kiawki, José Rodríguez Iturbe, George M. Rossman, Francesco Saglimbene, Anna Vettorelli, Giuseppe Zanniello, Cormac Burke... y muchos otros, han sido testigos de escenas diversas en las que Escrivá de Balaguer, con ese don de escrutar los corazones, se dirige a alguno de sus hijos, o a otra persona, haciéndole una consideración espiritual que deja admirado al oyente "porque, exactamente eso que el Padre está diciendo, es la respuesta precisa que sale al paso de lo que me preocupa en este momento". Y lo más asombroso es que el interesado no había llegado a manifestar ni a insinuar siquiera su inquietud o su problema.
En esta misma línea, Umberto Farri que, en marzo de 1949 y en Roma, ha pedido la admisión en el Opus Dei, va pocos días después a Villa Tevere, para hablar con Escrivá. Umberto es joven y se siente desconcertado: no sabe cómo ha de orientar esa conversación. En el momento de llamar a la puerta de la habitación donde le espera, piensa: "y ahora, ¿qué le digo yo al Padre?". Cuando abre, ve al Fundador de la Obra que se levanta y sale a su encuentro diciéndole, como si hubiese adivinado su pensamiento y su turbación:
- Ten en cuenta, hijo, que al Padre no es necesario decirle nada especial...
Él es el Padre y conoce a los suyos. Intuye sus luchas y sus desfallecimientos. Sabe, como ocurrirá estando en Londres durante el verano de 1960, que conviene "apretarse el cinturón" o reducir en algún gasto para, con ese dinero, poner dos conferencias telefónicas larga-distancia: una a Osaka y otra a Nairobi. Allí, unas pocas mujeres jóvenes están roturando los caminos de la Obra, con muchas dificultades y muy pocos medios. Qué impulso reciben, cuando descuelgan el auricular y oyen:
- Os hablo desde Londres... tenemos que aprovechar bien los minutos... me gustaría hablar con cada una, ¿es posible?
Es la voz cálida, cordial, removedora, del Padre que bombea sus ánimos y les da cercanía.
Encarnita Ortega está allí, en aquella casa londinense, alquilada para esas semanas del verano. Ha presenciado la conversación y, pocos días después, lee las cartas que llegan de Japón y de Kenia. Ciertamente, la llamada telefónica "nos sorprendió, por imprevisible e inesperada, pero se produjo en el preciso momento que más la necesitábamos...".

Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.