-
Hijo mío —decía a uno de ellos—, ¿cuántas veces me has oído decir que me hubiese gustado no ser de la Obra para pedir inmediatamente la admisión, y obedecer a todos y en todo, ocupando el último puesto? Tú bien sabes que no he querido ser fundador de nada. Ha sido Dios quien así lo ha querido. ¿Has visto cómo quieren destruir la Obra, y cómo me atacan? Me quieren echar de la Obra [...]. Hijo mío, si me echan me matan, si me echan me asesinan. Ya se lo he dicho: que me pongan en el último lugar, pero que no me echen; porque si me echan, cometen un asesinato.
La víspera de san José, 18 de marzo, Tedeschini obtuvo audiencia papal, y leyó a Pío XII la carta que la semana anterior le había dirigido don Josemaría. El tono de la exposición era más bien subido, sincero y familiar. Ese estilo, evidentemente, podía emplearse con el Cardenal Protector, abriéndole de par en par el alma; pero los conceptos, aun yendo convenientemente arropados en ternura de lenguaje, resultaban duros ante el Sumo Pontífice. Era necesario, sin embargo, que el mensaje le llegara al Papa claro y directo, porque eran muchas las razones para sospechar que, quienes movían los hilos de aquel tenebroso asunto, tenían acceso directo al despacho del Pontífice.
Leía, pues, en voz alta el Cardenal Tedeschini y el Papa le seguía con atención:
Roma, 12 de marzo de 1952.
Eminencia Reverendísima:
Después de tantos años como amigo y protector de facto [...] y ahora, por disposición soberana del Sumo Pontífice, Protector de iure del Opus Dei, y siendo persona que siempre ha seguido con vigilante interés y paternal afecto el proceso interno y el desarrollo externo de nuestra Obra, nadie mejor que Su Eminencia podrá comprender y apreciar nuestro asombro, repleto de pena y profundo dolor, al recibir la carta de la Sagrada Congregación de Religiosos que lleva fecha del 5 de enero de 1952. De su contenido y de la respuesta a dicha carta tiene conocimiento Vuestra Eminencia por las copias de los dos documentos (6 de enero; 3 de febrero de 1952), que se le remitieron en el momento oportuno. Nos sorprende y nos aflige que se quiera volver de nuevo a cuestión tan a fondo discutida, examinada y decidida, juntamente con todo el ordenamiento del Opus Dei.
Permítasenos indicar, Eminencia, que este comportamiento de la Sagrada Congregación de Religiosos no puede tener otro origen que las denuncias contra el Opus Dei. Y en tal caso, animados por un vivo sentimiento de justicia y de amor a la verdad, nos atrevemos a exponer el deseo de que abiertamente se nos manifiesten dichas denuncias, y respetuosamente exigimos aducir las pruebas.
Y seguía la lista de chismes y falsedades contra la Obra. Finalmente, para concluir, el Fundador sometía al buen criterio del Cardenal Protector la conveniencia de proceder a la redacción de un nuevo Reglamento interno de la Administración para asegurar aún más cuanto se contempla en el Reglamento actual, porque de este modo se evitaría, por un lado, la posible preocupación de la Santa Sede; y, por otro, la difamación calumniosa de muchos millares de almas.
El Papa seguía atentamente la lectura del Cardenal. De cuando en cuando levantaba las manos, como para subrayar con un gesto las palabras. Y, tan pronto acabó Tedeschini con la carta, el Santo Padre, impaciente y sorprendido, exclamó: «Ma chi mai ha pensato a prendere nessun provvedimento?».
A la pregunta de a quién se le había ocurrido tomar medida alguna contra el Opus Dei, respondió el Cardenal con el silencio. El Papa quedaba sobre aviso, y fuera de juego quienes esperaban el momento propicio para deshacer el Opus Dei. El Fundador había llegado a tiempo de paralizar la maniobra.
Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei (vol. III). Rialp, Madrid, 2003