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En 1956 no había en aquellas casas una sola cama con colcha. El Padre, por supuesto, había caído en la cuenta, pero le salían al paso necesidades más apremiantes de satisfacer que las colchas. De manera que, al igual que los del Colegio Romano de la Santa Cruz se comieron tres pianos, también debieron comerse muchos metros de tela. Esto es lo que acerca del Fundador testimonia Florencio Sánchez Bella: «De 1955 a 1957, en mis viajes de Roma a Barcelona, me pidió delicadamente que consiguiese tela para hacer las colchas de las camas y mis amigos fabricantes me entregaron dinero y el dinero se gastaba en comida, quedando sin tela».
Pasado el tiempo consiguieron hacer algunas colchas. Corrieron los años y la situación económica no mejoraba, pero las Administradoras presentaron al Padre un plan para que al cabo de un tiempo todos los dormitorios tuvieran colcha, empezando por las habitaciones del Consejo General. El Padre les mandó cambiar el orden. Empezarían por las numerarias auxiliares. Seguirían por el Colegio Romano; y luego por la casa del Consejo; e insistió en ser el último que tuviera colcha.
Un día, el 28 de febrero de 1964, entró en su habitación. Quedó hecho una pieza al ver una colcha en la cama, y dijo para sí: Josemaría, ¡si te has vuelto rico! Viva el lujo y quien lo trujo.
¿Quién podía traerle tal lujo sino sus hijas? Dos días más tarde, el domingo 1 de marzo, llamó por teléfono a Mercedes Morado, la Secretaria Central:
Gracias, hija mía, ¡que Dios te bendiga! Qué sorpresa me llevé el otro día al entrar en mi cuarto. Pensé que me había equivocado y me dije: Josemaría, ¡si te has vuelto rico! En 36 años es la primera vez que tengo colcha.
Después añadió: Ya has visto que durante estos años yo os he insistido en que quería ser el último en tener colcha en la cama. Con esto deseaba que se os quedasen grabadas dos enseñanzas: la primera, el gran cariño que tengo a mis hijas y por eso dispuse que fueseis vosotras las primeras en tener colcha; y la segunda de pobreza, para que vieseis que no pasa nada por prescindir de la colcha.
Hija mía, yo quisiera que cuando pasara el tiempo tú contaras a tus hermanas esta anécdota.
Dos días más tarde, en tono festivo y a modo de postdata, escribía al Consiliario de España:
¡Gran noticia!: desde hace tres o cuatro días, me da mucho respeto entrar en mi dormitorio, ¡porque me han puesto una colcha en la cama! ¿Será que, al fin, tenemos dinero para comprar una colcha? ¡Bendita pobreza! Amadla, sin espectáculo, con todo lo que lleva consigo. Laus Deo!
Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei (vol. III). Rialp, Madrid, 2003