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25 febrero 2025

San Josemaría hoy: 1947. El Decretum laudis y su humildad

El 25 de febrero de 1947, cuando todavía residen en el apartamento de Cittá Leonina, Radio Vaticana da la noticia del Decretum laudis para el Opus Dei. Escrivá logra que les presten un receptor de radio. Quiere oír la información junto a sus hijas Encarnita Ortega, Julia Bustillo, Rosalía López, Dora Calvo y Dora del Hoyo, las únicas mujeres de la Obra que entonces viven en Roma. El locutor se deshace en homenajes hacia la figura y la labor del fundador del Opus Dei. Ante tal avalancha de elogios, la actitud de Escrivá es, curiosamente, la de recogerse en sí mismo, muy silencioso, muy cabizbajo, con los ojos semientornados... No atiende a la voz del locutor. Parece ausente. Está rezando con intensidad.
Al año siguiente, en Madrid, tienen lugar dos actos importantes para la vida del Opus Dei. La actitud de Josemaría Escrivá es también la de quien desea pasar inadvertido, sin convertirse en centro de las miradas. Así, Aurora Bel registra el detalle de que, en la apertura del proceso de beatificación de Isidoro Zorzano -ingeniero argentino, y uno de los primeros miembros de la Obra-, el Padre se sienta entre los bancos del público y tendrá que ser monseñor Leopoldo Eijo-Garay, Patriarca de las Indias Occidentales y Arzobispo de Madrid-Alcalá, quien le invite a colocarse arriba, en el estrado, junto a él.
Y así, también, Mercedes Morado ve cómo, en la ceremonia de ordenación sacerdotal de varios miembros del Opus Dei, celebrada en Madrid en la iglesia del Espíritu Santo, Escrivá de Balaguer, celando sus ojos con gafas oscuras, entra por una puerta lateral y se sitúa en un lugar discreto y rinconero del presbiterio.
Pero aún es más difícil actuar con humildad, cuando se es protagonista de un suceso de agasajo. Sin embargo, ésa es la impresión que produjo en el profesor Carlos Sánchez del Río, con ocasión de la investidura como Doctor honoris causa, por la Universidad de Zaragoza en 1960: "Era muy humilde. Recuerdo cómo lo vi emocionarse cuando le hicimos Doctor honoris causa. Agradecía el cariño, a la vez que aceptaba el encendido homenaje que se rendía a su persona, un poco a pesar suyo: como si tuviera que recibirlo por circunstancias ajenas a sus propios méritos".
Lo que ignora el profesor Sánchez del Río es que, ya de regreso en Roma, Josemaría Escrivá tomará el anillo de ese doctorado de honor y, con uno de sus quiebros de humor, sorprendente para todos menos para él, lo colocará, a modo de dogal de adorno, alrededor del cuello de uno de los borricos que hay en su cuarto de trabajo. No es un desprecio. Es un desprendimiento. Un símbolo bienhumorado del escaso valor en que tiene los honores.

Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.