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14 febrero 2025

San Josemaría hoy: 1964. Su vocación sacerdotal

Revisando los estorbos en el camino de su vocación sacerdotal en Zaragoza, el 14 de febrero de 1964 decía a un buen grupo de oyentes:
Pasó el tiempo y sucedieron muchas cosas duras, tremendas, que no os digo porque a mí no me causan pena, pero a vosotros sí que os la darían. Eran hachazos que Dios Nuestro Señor daba para preparar —de ese árbol— la viga que iba a servir, a pesar de ella misma, para hacer su Obra. Yo, casi sin darme cuenta, repetía: Domine, ut videam! Domine, ut sit! No sabía lo que era, pero seguía adelante, adelante, sin corresponder a la bondad de Dios, pero esperando lo que más tarde habría de recibir: una colección de gracias, una detrás de otra, que no sabía cómo calificar y que llamaba operativas, porque de tal manera dominaban mi voluntad que casi no tenía que hacer esfuerzo.
Esas cosas duras, tremendas, esos hachazos no se refieren, evidentemente, a las groserías o insultos de unos seminaristas. Lo prueba el que el eco de esos sucesos era tan doloroso que, al cabo de cuarenta años, retumbaba aún en su memoria; aparte de que el fluir de la vida suele dejar los recuerdos estudiantiles adormecidos y tersos como los cantos rodados por la corriente. (Pasado el tiempo calificaría de "pequeñeces" aquellas chinchorrerías, bien poca cosa comparadas con el gran bien que a su alma había hecho la estancia en el Seminario del que no recordaba sino cosas buenas). No; a ese otro recordatorio del San Carlos hay que buscarle raíces más amargas.
El sacerdote que en 1964 se resistía a escarbar en el pasado, sacando a luz sucesos íntimos, dejó, con reserva de escrito póstumo, un leve rastro de aquellos hachazos cuando, en julio de 1934, examinaba el derrotero de su vocación sacerdotal. ¿Dónde estaría yo ahora, si no me hubieras llamado?, se preguntaba, a solas con el Señor. Y daba respuesta a su conciencia: quizá —si no hubieras estorbado mi salida del Seminario de Zaragoza, cuando creí haberme equivocado de camino— estaría alborotando en las Cortes españolas, como otros compañeros míos de Universidad lo están..., y no a tu lado, precisamente, porque [...] hubo momento en que me sentí profundamente anticlerical, ¡yo que amo tanto a mis hermanos en el sacerdocio!.
A través de esta confesión se vislumbra la resistencia de Josemaría a seguir la pauta clerical impuesta por el ambiente. En su alma se desencadenó una terrible tormenta, con motivo de las dificultades en el San Carlos. Pero nunca dudó de su camino. Finalmente, vino la intervención salvadora del Señor, confirmándole en su vocación.

Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei (vol. III). Rialp, Madrid, 2003