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París, 30 de enero, 1958
Queridísimos Ignacio y todos: que Jesús me guarde a esos hijos de Yauyos.
¡Cuánto deseo tenía de escribiros! Pero ya os han ido comunicando cómo, entre enfermedades y labor inaplazable, resultaba casi imposible llenar una cuartilla.
Estoy especialmente pendiente de vosotros: os encomiendo, os hago encomendar, os acompaño y me pongo orgulloso de vosotros.
No se me ocultan las dificultades de esa tarea de roturación: tratamos de que, cuanto antes, vayan otros hermanos vuestros hasta que seáis veinte y el Prelado. No se dejarán de poner los medios y estoy seguro de que superaremos todas las metas.
Sed hombres de oración, cumplidme las Normas. Estad siempre alegres y optimistas. Comed, dormid, atendeos unos a otros, obedeciendo con espíritu sobrenatural a vuestro Prelado. Sed sinceros, vivid la práctica bendita de la corrección fraterna. Y no olvidéis que este pobre pecador, que es vuestro Padre, os presenta cada día al Señor y a Nuestra Madre Santísima Santa María como las primicias del trabajo misional, que ahora se continuará en Nairobi y en Osaka. ¡Un mar de Amor sin orillas!
Con toda el alma, os bendice y os abraza y os quiere vuestro Padre
Mariano.
Uno de esos primeros sacerdotes, con bastantes años de brega apostólica en el territorio de Yauyos, testimonia que el Padre «se preocupó tanto de aquella parcela de la Iglesia, que parecía no tuviese entre manos cosas más importantes». Velaba por ellos con su oración, les ayudaba con sus consejos, les abría camino con sus iniciativas pastorales y les cobijaba con su cariño y ternura de Padre:
Siempre os tengo presentes en mi oración —les decía—, y deseo ayudaros a vencer en las mil pequeñas cosas heroicas, que nunca nos faltan a los hijos de Dios en su Obra.
Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei (vol. III). Rialp, Madrid, 2003.