-
Es el 13 de enero. Un monaguillo ha encendido las recias lámparas de hierro. La luz penetra por las ventanas de la ojiva. Y en medio del cariño expectante de esta gran familia, don Ángel Malo, Regente de la Vicaría Catedralicia de Barbastro, impone los nombres de José, María, Julián, Mariano, a un niño nacido a las veintidós horas del día 9 de enero de 1902, hijo legítimo de don José Escrivá y de doña Dolores Albás.
Años más tarde -hacia 1935- unirá sus dos primeros nombres -Josemaría-, porque será igualmente inseparable su único amor a la Virgen María y a San José.
En la casa de los Escrivá, doña Dolores imagina el desarrollo de la ceremonia. Sobre la cabecera de su cama hay colgado un cuadro que ha de acompañar grandes acontecimientos de su vida: la Virgen, con manto azul plegado hacia los hombros, cierra los ojos en un éxtasis de afecto. El Niño, que la abraza, va a coger una rosa que la Señora le tiende con la mano. Pero, antes, lanza en derredor una mirada de orgulloso y seguro bienestar, desde la acogida de su Madre.
Mientras tanto, bajo el cielo pétreo de la Catedral, José-María Escrivá y Albás entra en la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Hasta el fin de sus días su vida será una búsqueda incesante, una penetración de amor, hacia el encuentro con las Tres Divinas Personas.
Ana Sastre, Tiempo de caminar. Rialp, Madrid, 1990, 2ª ed.