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4 agosto 2024

“Estamos en tiempo

4 de agosto de 1966

Pilar Urbano, El hombre de Villa Tevere

También en esas conversaciones por la finca de Castelletto dei Trebbio, como en los ámbitos eclesiásticos y en los mass media se abusa de la palabra "posconciliar", presentándola como lo novedoso, lo moderno, lo progresista... y, sobre todo, lo opuesto a lo que había, Escrivá les dice:

- Estamos en tiempo "posconciliar" desde el siglo I: desde el Concilio de Jerusalén. Eso de "tiempo posconciliar" es un término impreciso e impropio, para referirse sólo al Vaticano II; porque este último Concilio continúa los anteriores, ratifica todo lo de los anteriores: No puede haber solución de continuidad entre las otras asambleas ecuménicas de la Iglesia y la que terminó el año pasado.

Esto mismo lo dirá, años después, ante miles de personas. Pero, en el verano del 66, esas frases son sus primeras reflexiones en voz alta: el respingo mental inconformista de quien no se acamaleoniza, ni intenta adoptar el color de la moda imperante.

Recurre a todos los medios, para pedir por la Iglesia, "desde la Jerarquía hasta el último de los bautizados". Y, para el día 4 de agosto, fiesta de Santo Domingo de Guzmán, organiza un viaje a Bolonia, en la región Emiglia-romagna, porque desea celebrar la misa en el templo de San Domenico, donde se conserva el arca sepulcral del santo fundador de los dominicos.

Conduce, como casi siempre, Javier Cotelo. Van en el Fiat 1100, que no tiene aire acondicionado. Están en plenos días de canícula, y el calor se deja sentir, como plomo derretido, por la autopista. Durante el trayecto, a la ida y a la vuelta, Escrivá recomienda a sus tres acompañantes -y lo hace con insistente interés- que recen mucho por los religiosos. No necesita decirles que ésa no es la espiritualidad del Opus Dei; pero sí les subraya que "el estado religioso ha sido y sigue siendo absolutamente necesario en la Iglesia".

Javier Echevarría suele ayudar a Escrivá, cuando celebra su misa, cada día. Sería lógico que se hubiese acostumbrado. Sin embargo, no es así. Y, en concreto, esa misa del Padre en San Domenico deja en él tal impresión, tal muesca, que veintiocho años después de aquel viaje, evocándolo con toda nitidez escribe:

"Tengo muy viva en la memoria la devoción con que celebró aquella misa. Digo esto porque, si cada una de sus misas era ya una sacudida fuerte para quienes la presenciaban, en aquella de San Domenico, notamos, palpamos que nuestro Padre rezaba de un modo muy especial por el estado religioso: con amor, con gratitud. Yo diría que...con predilección"

Un rasgo personalísimo, inconfundible, de Josemaría Escrivá de Balaguer es la naturalidad con que pasa de lo más sublime a lo más pedestre; y al revés, de lo más común, a lo más eminente. Sin cortes bruscos, sin necesidad de echar el telón o de abrir paréntesis. El motivo no es otro que una constante noción de saberse en presencia de Dios. Para él, eso es tan natural como respirar, o como sentirse alojado bajo la capa del cielo. Desde ese prisma, nada le es indiferente. Antes bien, está persuadido de que, todo lo que tiene un bisel humano puede tener, debe tener, un bisel divino.