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18 de agosto de 1939
Onésimo Díaz, Posguerra
Escrivá impulsaba la actividad apostólica que se hacía en y desde la residencia (de Jenner), y delegaba diversas tareas en el doctor Jiménez Vargas y también en el ingeniero Zorzano. Otra gran ayuda fue la ofrecida por Portillo, que una vez licenciado de sus deberes militares en Olot se trasladó a vivir a Jenner. Pudo trabajar como ayudante de Obras Públicas, emprender el tercer curso de Ingeniería de Caminos, y colaborar al lado del fundador en no pocos asuntos.
Además de estos tres hombres, el fundador contaba con la ayuda de varios jóvenes profesionales, como Fernández Vallespín, nombrado recientemente arquitecto de la sección de edificios del Ayuntamiento de Madrid, el profesor del Instituto Nacional San Isidro de Madrid, González Barredo, y el investigador y director del Instituto Nacional Ramiro de Maeztu de Madrid, Albareda. Este último había recibido el encargo del nuevo ministro de Educación, Ibáñez Martín, de redactar el reglamento del mayor centro de investigación nacional. Albareda e Ibáñez Martín se hicieron muy amigos en 1938 cuando trabajaban juntos en Burgos, aunque se habían conocido en el refugio de la embajada de Chile durante la guerra. Poco después de ser nombrado ministro, Ibáñez Martín encargó a su amigo Albareda la elaboración de la ley fundacional del CSIC, que fue aprobada el 24 de noviembre de 1939. Ibáñez Martín fue nombrado presidente y Albareda secretario general del CSIC.
En el verano de 1939, el Fundador y Albareda se entrevistaron dos veces con el ministro de Educación Nacional (cfr. Diario del Centro de Madrid, 18 de agosto de 1939 y 3 de septiembre de 1939.