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14 de agosto de 1931
Pilar Urbano, El hombre de Villa Tevere
Nunca olvidará Pedro Cantero aquel atardecer del 14 de agosto de 1931 cuando, inesperadamente, Josemaría se presenta en su casa de Madrid. Hace un calor de bochorno y en el cielo de la ciudad aún parece flotar el humo de la violenta quema de iglesias y conventos. Pedro está decidido a dedicar el tiempo a su tesis doctoral. Ha disfrutado de unas vacaciones en Ginebra, donde ha recogido material para esa tesis. Al entrar Josemaría en su cuarto, le sorprende enfrascado en los libros. Pedro le cuenta el plan de su vida. Josemaría le escucha. A continuación, con palabras claras, incisivas y penetrantes, aunque empapadas de afecto y de amistad, le dice:
- Mira, Pedro, estás hecho un egoísta. No piensas más que en ti y en tus estudios. Y no tienes más que abrir los ojos, para ver cómo está la Iglesia hoy en España... y como está España misma. Son momentos difíciles y tú y yo en lo que tenemos que pensar es en el servicio personal que podemos y que debemos prestar a la Iglesia... ¿Tu tesis? ¿Tus libros? Déjame que te diga que ahora lo que hay que hacer es ocuparse en las otras cosas... muy superiores.
A finales de ese mismo verano, Pedro Cantero decide poner entre paréntesis su opción intelectual y universitaria: Habla con Angel Herrera Oria, y le dice que está a su disposición para trabajar con la recién fundada Asociación Católica de Propagandistas. El consejo exigente y valiente de Escrivá ha imprimido un nuevo rumbo a su vida.
"Las palabras de Josemaría me urgían por dentro. Cuando volví a verle y le conté mi decisión, se alegró vivamente. Nuestro trato se hizo más intenso. Me animaba a trabajar incesantemente..."
Juan Hervás Benet, obispo de Mallorca y después de Ciudad Real, doctor en Derecho, y promotor de los Cursillos de Cristiandad, es también un viejo amigo de Josemaría Escrivá, desde los años treinta. Cuando muera Escrivá, Hervás pondrá por escrito: "Nunca me había parado a considerar hasta qué punto mi amigo Josemaría era algo tan mío, tan próximo a mí, que su desaparición me dejaba tan herido, con una enorme sensación de vacío.
Siempre había podido contar con él cuando le necesitaba...".
Juan Hervás se alojará, días y días, en la misma casa de Escrivá, en la calle Diego de León de Madrid, como uno más de la familia, viendo y viviendo desde dentro la vida de los de la Obra, sin ser él del Opus Dei. Y cuando vaya a Roma, siempre tendrá abiertas las puertas de Bruno Buozzi 73, sin necesidad de anunciarse; y, de par en par, el corazón amistoso, fraternal, de Josemaría.
Hervás recuerda de modo especial una de sus "conversaciones romanas" con Escrivá. Él la llama "la de la noche oscura en mi alma".
Se han levantado insidias e incomprensiones, como un azote, contra los Cursillos de Cristiandad y contra monseñor Hervás, su abanderado. El artificiero de la campaña resulta ser aquel mismo Carrillo de Albornoz, que ya había atentado contra el Opus Dei en 1951 y 1952. En esta ocasión, también ha interpuesto denuncias nefandas ante el Santo Oficio. Hervás llega a Roma para afrontar esas acusaciones. Viene con el alma hecha trizas. Piensa que para Josemaría ha de ser un plato demasiado fuerte tener que consolarle por los daños que él mismo ha padecido en su carne... y causados por la misma mano. No obstante, se presenta en Villa Tevere.
Escrivá le da un abrazo apretado, apretado, con el que ya le conforta y le sosiega. Después, sentados, le escucha muy atento, desde la intimidad del sacerdocio que tienen en común. Hervás no necesita entrar en detalles, porque Escrivá llega enseguida al fondo de la cuestión. Ve el problema y pasa, sin lamentaciones, a descorrer el telón de la verdadera solución:
- No te preocupes, Juan. No son enemigos, son "bienhechores", porque nos ayudan a purificarnos... a santificarnos. Hay que rezar por ellos... ¡Y hay que quererles! Yo he pasado por lo mismo. Te hablo, de hermano a hermano, de lo que yo he vivido y ahora te toca vivir a ti: No dejes que en tu corazón haya resentimientos ni amarguras. No temas nada de tu Madre la Iglesia... De Ella sólo pueden venirte cosas buenas... Estáte tranquilo: presta oídos sólo a la voz de la Iglesia, y hazte el sordo ante los rumores de la calle.
Pero Escrivá no se conforma con darle el aliento de sus palabras: Se mueve. Sale en su defensa. Arguye. Intercede... El propio Hervás testimoniará por escrito, sugiriendo lo que por discreción no debe desvelar: "Sólo Dios sabe en qué medida pudo contribuir Josemaría Escrivá a despejar los caminos de la Providencia".
En otro orden de cosas, además de abrir su corazón, también -en la medida que puede- abre el bolsillo y da con largueza al amigo en apuros... aunque esa magnanimidad trastorne y descabale su "hoy, ahora" más o menos tranquilo. Y no espera a que le pidan, para dar.