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6 mayo 2024

En el Consulado de Honduras

6 de mayo de 1937

Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei

En carta del 6 de mayo a los de Madrid se le escapa una confidencia aún más amarga: en toda esta temporada, los peores días son los que llevo metido en... ¡semejantes honduras! Desde luego, se está mejor en la cárcel. Ya se sufre, y se ofrece lo sufrido: pero, no es camino.

Las horas del día las tenía repletas de ocupaciones. Buena parte de las noches, en cambio, las pasaba en blanco. Pues bien, hace unas noches —cuenta el Padre, esta vez a los de Valencia—, sobre las dos de la mañana o por ahí, se despertó vuestro tío Santiago, que usufructúa con Jeannot y conmigo dos colchones, y me gritó: "¿qué haces, hombre? ¿estás... llorando?" Y después ha tenido la frescura de decir que paso la madrugada dedicado al cante jondo. La verdad: no sé a qué carta quedarme: a lo mejor —¡viejo, viejo, abuelo!— es que canto y lloro. Pero, eso sí, siempre con una alegría muy, muy honda y esperanzada: que no es jonda, ni tiene nada que ver con la ópera flamenca. ¿Qué le pasaba al Padre, siempre tan sereno y alegre, tan optimista y animoso?

No era, evidentemente, la primera vez que le sucedía. Porque si recorremos detenidamente sus Apuntes, daremos con una anotación en que se sirve de expresiones similares. Corresponde a la temporada de verano y otoño de 1931, temporada de grandes sufrimientos y grandes mercedes. Los síntomas eran de tribulación y desamparo grandes, con tentaciones de rebeldía y disconformidad con el querer de Dios, y cosas bajas y viles. Y, ¿cuáles eran los motivos? Realmente, los de siempre. Pero es algo personalísimo que, sin quitarme la confianza en mi Dios, me hace sufrir [...] y pienso, como en un remedio, en la cariñosa enfermedad fuerte que sé que me enviará, a su tiempo, el Señor.

Aquellas preocupaciones muy íntimas, este algo personalísimo que le hace sufrir es la etapa de purificación pasiva con que Dios le despega, hasta la médula de su ser, de todo afecto que no sea el Querer divino. Ya antes había sido arrebatado hasta las cimas de la contemplación mística, hasta mirar de frente el sol.

De este periodo de dura purificación pasiva, enviada por Dios al alma, dejó el Fundador unas notas, escritas en el Consulado. En una de ellas, del sábado 8 de mayo de 1937, se lee: Los días peores de esta temporada son los que paso en Honduras. (Son las mismas palabras de la carta del 6 de mayo a los de Madrid). Y continúa: Creo que pocas veces he sufrido tanto como ahora.

Todo ello era manifestación de hallarse enclavado en esa Cruz prevista antes de que estallara la guerra civil. Cruz amorosamente aceptada con todos sus sufrimientos físicos y morales; incluida la purgación mística de todo su ser, que fue intensa y periódica, como se verá y explicará en cuanto transcurra otro año de su vida.