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5 mayo 2024

Origen del punto 302 de Camino

5 de mayo de 1931

Pedro Rodríguez, Camino. Edición crítica

302* Tu Crucifijo. -Por cristiano, debieras llevar siempre contigo tu Crucifijo. Y ponerlo sobre tu mesa de trabajo. Y besarlo antes de darte al descanso y al despertar: y cuando se rebele contra tu alma el pobre cuerpo, bésalo también.

Octavilla Re, sin interrelación documental. El consejo del Autor, autobiográfico, refleja una praxis tradicional, que él vivía con devoción. Sabemos de un pequeño Crucifijo de madera que tuvo durante años. Nos habla de él en 1932:

«Tengo un pobre Crucifijo, que compró hace unos dieciocho años mi padre y que tuvo él entre sus manos hasta el momento de llevar su cadáver al cementerio. Este Crucifijo me acompañó en mis andanzas. Conmigo fue a Fombuena y conmigo vino a Madrid. […]. Desde hace unos días duermo abrazado al Santo Cristo. Sentí ese impulso una noche, al acostarme. De momento, pasó por mi imaginación que podría ser una irreverencia, pues quizá apareciera la imagen por la mañana a los pies de la cama. Quiero ser dócil a los impulsos del Espíritu Santo, y me dormí teniendo sobre mi pecho el Crucifijo. Así lo haré toda mi vida, si no me lo prohíbe mi Padre espiritual».

Ya antes lo había hecho alguna vez, según él mismo escribe, aunque no de esta manera habitual que ahora se propone:

«Esa noche [del 5 de mayo del 31] tuve que dormirme abrazado al Crucifijo. ¡Qué bueno eres, Señor, qué bueno!... Creo que, sin sensiblerías, me dio contrición».

«Y cuando se rebele contra tu alma el pobre cuerpo, bésalo también». No daba un mero consejo ascético, sino que ofrecía a los demás su propia experiencia. He aquí una nota de sus EjEsp del año 1935, en la que se manifiesta cómo vivía de Jesús y el amor y la fidelidad con que le seguía:

«La tentación contra la santa pureza vino, esta tarde, violenta. Ya pasó. Besé muchas veces el Crucifijo, sin calor, pero con eficacia de voluntad».

Por las notas de su Retiro espiritual de 1936 sabemos cómo acabó esta imagen de Cristo que tanta devoción le inspiraba:

«Ayer quemé el Crucifijo de mi padre (q.e.p.d.). Estaba hecho una pena, al cabo de los años de acostarme con él sobre el pecho. Ahora emplearé el del rosario, que tiene indulgencia plenaria cada vez que se besa».

Unos años después, en Madrid, acabada ya la guerra civil, y teniendo ya otro Crucifijo, escribió en su Cuaderno:

«Me acosté anoche pronto. Estoy con un catarrazo, y dormí poco: por eso, muchas veces pedí perdón al Señor por mis grandísimos pecados; le dije que le quería, besando el Crucifijo, y le di las gracias por sus providencias paternales de estos días. Me sorprendí, como hace años, diciendo -sin darme cuenta hasta después- «Dei perfecta sunt opera». A la vez me quedó la seguridad plena, sin género de duda, de que ésa es la respuesta de mi Dios a su criatura pecadora, pero amante. ¡Todo lo espero de El! ¡¡Bendito sea!!».