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22 mayo 2024

Lola Fisac

22 de mayo de 1939

Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei

Ese año de 1939 Lola fue a Madrid en varias ocasiones. La primera, el 22 de mayo, cuando pasó unos días con unas parientes que vivían en la calle de Santa Isabel, frente por frente del Patronato. Durante esa estancia charló de nuevo y se confesó con don Josemaría y comenzó a intimar con Carmen y doña Dolores.

Eran de esperar, lógicamente, las primeras dificultades de aquella mujer, aislada en el pueblo:

Jesús te guarde, le escribía don Josemaría

Quédate tranquila: vas bien.

¡Sobre la nada edifica siempre el Señor! Todos los instrumentos le hacen falta: desde el serrucho del carpintero a las pinzas del cirujano. ¡Qué más da! La gracia está en dejarse emplear.

Frío o fervor: lo interesante es que la voluntad quiera: es —debe ser— para ti indiferente el fervor o el frío.

Te bendigo

Mariano.

Cuando de nuevo volvió a Madrid, en la segunda mitad de septiembre, don Josemaría se había trasladado ya de Santa Isabel a la Residencia de Jenner. Lola sintió entonces la alegría, y la tranquilidad de espíritu, de ver algo en marcha, de palpar algo tangible. Una realidad, en fin, que no estaba hecha de promesas evanescentes.

Cuando estuvo por tercera vez en Madrid, poco antes de la Navidad del 1939, se quedó a vivir con doña Dolores en el piso de Jenner. Días inolvidables y gratos, sin más acontecimientos que el trajín del piso, las faenas de servicio doméstico y la compañía de la Abuela.

Los residentes, en vísperas de Navidad, preparaban el "nacimiento" en el piso de arriba y, de tarde en tarde, bajaban a pedir algo a la Abuela. Doña Dolores, recordando viejos tiempos, de cuando el marido ponía el nacimiento ayudado por los críos, les decía aquello que su hijo recogió luego en Camino: Nunca me has parecido más hombre que ahora, que pareces un niño.

Lola conoció entonces a Amparo Rodríguez Casado, otra joven que también pertenecía a la Obra y procedía del grupo de muchachas a las que don Josemaría atendió espiritualmente en Burgos. Un día expuso el Fundador a estas dos hijas suyas el panorama apostólico de la Obra, es decir, el que tenía en su cabeza. Se lo describió a grandes rasgos, haciéndoles comprender que no se trataba de castillos en el aire, sino de algo firme y objetivo. Y lo pintó con tal viveza y entusiasmo —dice Lola— que «nos pareció sobrecogedor y precioso. Me asustó un poco».

(En los Apuntes de 1939 hay tremendos huecos de uno, dos y hasta de tres meses entre anotación y anotación. Tan solitarias notas entre tan considerables trechos imponen respeto al lector, porque, indudablemente, se trata de hitos importantes. Así, en una nota de finales de 1939 se lee: Mi preocupación son ellas. Bueno: mi primera preocupación soy yo mismo).

Ese año de 1940 se le hizo muy largo a Lola. Cuando regresó de Madrid al pueblo, con el deseo encendido, pero un tanto preocupada por el panorama exigente que el sacerdote le había hecho entrever, le entró, en medio de la forzada ociosidad, una irritante impaciencia por arrancar, de una vez, en las tareas apostólicas. Urgencias que el Fundador le calmaba por carta:

¡Jesús te guarde!

Esa impaciencia por la labor es agradable a Dios siempre que no te quite la paz. Procura que te sirva de acicate, para buscar la presencia del Señor en todo: y así es seguro que contribuirás a acelerar la hora.

Únete a las intenciones del Padre: no olvides el valor inmenso de la Comunión de los Santos: de este modo no podrás decir nunca que estás sola, puesto que te encontrarás acompañada por tus hermanas y por toda la familia.

El Padre no permitía que se apagase el divino entusiasmo en aquella alma. De manera que, alternando prudentemente el reposo con el estímulo, mantenía la llama de la esperanza. Tres semanas más tarde, en el aniversario de la fundación de mujeres, volvía a insistir:

No me pierdas la paz por nada. Es preciso no dejarse llevar de los nervios.

Al mes siguiente:

Tranquila. Tranquila, con alegría y paz. Éste es el santo y seña.